El Madrid envía un brillante y clamoroso mensaje

Una fenomenal demostración de clase, vigor y cohesión colectiva dejó al Real Madrid ante la gran pregunta trampa del fútbol: ¿para qué sirve jugar bien? Pues en esta caso para empatar en el Bernabéu y dejar a la hinchada feliz con el despliegue del equipo. Y para enviar un potente mensaje a Europa: el Madrid parece decidido a acabar con el lánguido desempeño de los últimos años y brillar con el fulgor que se espera de un equipo con un arsenal de recursos casi insuperable.

El fastidio del resultado, un empate que le dejará en el segundo puesto del grupo, no impidió observar las inmensas posibilidades del Real Madrid, ocultas desde hace mucho tiempo. Sus repetidas victorias en la Copa de Europa no siempre han dejado la impresión de equipo de época, de los inolvidables por la constante brillantez de su fútbol. Se ha visto una considerable distancia entre muchos de sus ramplones ejercicios en la Liga, su fiabilidad para transitar por la Copa de Europa y su devastadora fiabilidad en las finales. No pierde una desde 1981 ante el Liverpool.

El París Saint Germain, un equipo vulnerado por las vanidades de unas estrellas más pendientes de sus proyectos personales que de una causa común, aprovechó dos malos minutos del Real Madrid. Empató, pero perdió crédito. No hay manera de verle como una referencia, con la clase de empaque, voluntad y aplicación que se requiere para gobernar en Europa. Disfruta en la comodidad. Detesta las situaciones desfavorables, las que miden la temperatura y el espíritu de los verdaderos equipos.

Sergio Ramos y Hazard se acercan eufóricos a Benzema para celebrar el primer gol del francés, que suponía el 1-0 en el marcador.

Arrolló el Real Madrid con un hermoso despliegue ofensivo y con una insospechada disciplina defensiva. No fue el Milán de Sacchi, pero llevó su esforzada presión más lejos y más tiempo de lo que los aficionados recuerdan. Jugó con rapidez, precisión y criterio, con pocos toques y mucho dinamismo, con varios futbolistas en una versión inmejorable: Hazard (impresionante su demostración), Benzema, Kroos y el joven centrocampista uruguayo Valverde como principales destacados.

El Madrid ametralló a Keylor Navas, que respondió con su habitual agilidad entre los palos. No fue un asedio voluntarioso, intempestivo. Al contrario, fue un ejercicio de máxima creatividad y ambición, fútbol de ataque en su máxima expresión. Cautivó a su hinchada y aterrorizó al PSG, superado con una frecuencia inaudita. Cada ataque sonaba a ocasión de gol. Era un Real Madrid incontrolable, la clase de equipo que hace soñar a la gente. De eso debería tratarse siempre cuando se habla del Madrid, no de la desvitalizada versión que ha dejado medio vacío el Bernabéu en los últimos meses.

Los aficionados saben muy bien cuando el fútbol les reclama, cuando algo hierve en un equipo y se prometen grandes emociones. Se llenó el Bernabéu en el duelo con la Real Sociedad y frente al PSG hubo reventón: no cabía un alma más. Lo reclamaba un rival con Mbappé y Neymar en sus filas, pero sobre todo dominaban las expectativas que ha generado el último Real Madrid, renacido después de una infame Liga 2018-19, una pretemporada catastrófica y un alarmante comienzo en el actual curso.

La derrota en Mallorca ha significado un nuevo Zidane. Ha cribado la plantilla y se mueve en una horquilla de 15 o 16 jugadores. Algo parecido ocurrió en el camino hacia la final de Kiev. Desapareció del mapa un amplio número de jugadores, casi todos jóvenes y nuevos (Theo Hernández, Marcos Llorente, Mayoral y Ceballos, entre otros) y confió en un grupo de indiscutibles.

Los últimos partidos (Eibar, Real Sociedad, París Saint Germain) han proyectado a otro Real Madrid, radicalmente diferente. No ganó, y eso quedará en el registro de resultados, pero enamoró a su hinchada y su mensaje no dejó dudas: si mantiene esta versión, difícilmente encontrará un rival que le aparte del camino.