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El mejor de los enemigos

El buen fútbol siempre necesitará de jugadores como Xabi Alonso: hermosos, lúcidos, de pierna dura y tacto suave, capaces de malcriar a la pelota y educar a todo lo demás, incluido el público rival. En Barcelona lo odiamos como se merecía, convertido en el estandarte de aquel mourinhismo terraplanista que nos ponía de los nervios por obstinado, por no dar su brazo a torcer ante el heliocentrismo celestial del equipo dirigido por Pep Guardiola. Tan convencidos estábamos de que no existía el fútbol lejos del Camp Nou que, sin apenas pestañear, le colgamos el sambenito de carnicero, de vulgar tuercebotas, olvidando todas las cualidades futbolísticas que le habían convertido en nuestro oscuro objeto de deseo hasta la eclosión de Sergio Busquets en la medular blaugrana.

Pero el fútbol siempre encuentra su camino -un poco como Roma, o el agua- y Xabi se plantó en el coliseo azulgrana meses más tarde con la camiseta del Bayern de Múnich. Tanto se pasaron la pelota él y Lahm que hasta Leo Messi se borró del partido durante más de una hora, tan aburrido de perseguir sombras como Alonso en su pasado más reciente. Aquella exhibición de tempo y precisión quirúrgica no le sirvió al equipo alemán para sacar un buen resultado -Messi no deja de ser Messi solo por aburrirse- pero sí, al menos, para que una parte de la afición del Barça se reconciliara con un pelotero que bien podría haber sido uno de los nuestros.

Xabi Alonso.
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Xabi Alonso.PIERRE-PHILIPPE MARCOUAFP

Desde ayer podemos afirmar que el fútbol bueno, el fútbol limpio y honesto, también necesita a ciudadanos como Xabi Alonso: tenaces, valientes, ejemplares... Porque Hacienda somos todos, aunque a los futbolistas y otros deportistas de élite se les olvide con cierta frecuencia, y la pelea del vasco por mantener inmaculado su expediente sin recurrir al subterfugio del acuerdo ni al victimismo preventivo debería celebrarse por puro civismo. Porque Xabi Alonso ya no es solamente mi novio imaginario, como escribí hace algún tiempo: se ha convertido en el mejor de los maridos y, por extensión, en el mejor de los enemigos.