Kipchoge y el debate de los límites
La imagen de Eliud Kipchoge cabalgando solo en los últimos metros de la inmensa recta del Prater hasta golpearse el pecho bajo el marcador de 1h 59:40 son ya historia del deporte. Y de la humanidad. Recorrerán los informativos, las portadas de los periódicos, hasta las conversaciones de bares. Sea como sea como que lo ha conseguido, su gesta representa la unión de todo el talento y la capacidad humana en busca de un objetivo. Al final se trataba de lograr que una persona encadenara 422 carreras consecutivas de 100 metros a 17 segundos cada una. Sólo pensar en ello produce mal cuerpo y un ejercicio de agonía más allá de cualquier límite. Y ese límite ha saltado por los aires.
Como cuando Felix Baumgartner se lanzó desde la estratosfera a casi 39.000 metros y logró posarse sobre la tierra, Kipchoge se ha visto favorecido por el empuje de una empresa gigantesca que ha permitido un estudio milimétrico de un marca que no será récord del mundo por las ayudas externas. Las 41 liebres galácticas le cortaron el viento, como el coche-guía, y las zapatillas le pueden haber ayudado a ahorrar 1:30. Es así. Como también que un atleta de África, de un continente donde está el origen del hombre, corrió como nunca en la distancia mítica de los 42,195 metros que mitificó Filípides 430 años antes de Cristo tras la batalla de Maratón. Aguantó y triunfó. Kipchoge e Ineos han abierto un debate. También una Caja de Pandora. Con los avances científicos, ya casi todo es posible. Pero, ¿todo vale?