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Es una de las escenas que más me ha impactado en un campo de fútbol. Fue en 1998. El Olympique de Marsella se enfrentaba al Bastia. Titi Camara, delantero de los marselleses, falló varias ocasiones de gol, de esas que son tan claras que el hincha se pone a sí mismo como la medida de la total inoperancia, afirmando: "Esa la meto hasta yo". La grada local se transformó en murmullo de desaprobación. A la cuarta o quinta, Titi Camara por fin transformó. El público, su público, explotó de alegría. Pero él cayó al suelo, rodillas hincadas en la hierba, manos al rostro, abatido por un llanto incontenible. No pudo seguir en el campo. Fue la primera vez en mi vida que vi a un jugador que tuvo que ser sustituido por una lesión en el ánimo.

He visto más después. A algunos la tristeza les atrapó en mitad de una jugada. Otros fingieron lesiones físicas por temor a reconocer que su dolor estaba dentro de la cabeza. Algunos no pudieron más y se retiraron. Casos extremos y, por suerte, puntuales, optaron incluso por quitarse la vida.

Esta misma semana hemos atendido a la imagen de un chico de diecinueve años que, tras macar ante su público, derramó lágrimas que no eran de felicidad.

Se suele comparar a los futbolistas con los héroes de la Antigüedad. Pero en lo relativo a su relación con la grada, sería más adecuado hacerlo con los dioses mitológicos. Porque a los héroes los acompañamos, pero con los dioses no tenemos piedad (ni, por supuesto, paciencia). Aceptamos la caída del héroe, porque es su sino. Al dios, sin embargo, le exigimos eternamente.

¿Quiere la grada al jugador? A veces tiene una manera muy extraña de demostrárselo, como la de esos padres que dicen que pegan a sus hijos por su propio bien. Creo que el símil es válido, porque la ansiedad y la depresión rara vez llegan al futbolista procedentes de los cánticos del rival. Las expectativas inalcanzables, la presión por el resultado y la exigencia de ganar, ganar y ganar, ésas vienen de los que son los tuyos y dicen que te quieren. Es a esos a quienes el jugador teme más. Aunque sea temor por no poder corresponder a su amor.