España, el libreto de Scariolo y la vieja máxima de Tomjanovich
España siguió lo que ya es algo muy parecido al libreto Scariolo: una fase de grupos discreta, y siendo benévolos, nivel óptimo en el momento óptimo (Italia, Serbia...), capacidad de sufrimiento en el partido que se habría perdido en casi todos los universos alternativos (Australia) y una final en la que pareció que, sencillamente, ganaba el mejor. Y el mejor era España. El técnico de Brescia maneja los tiempos, el relato y los picos y valles de unos torneos que se resuelven en un puñado de momentos determinantes. Que les pregunten a Serbia y Estados Unidos. España ha sido un equipo blindado, con un nivel defensivo extraordinario y una ejecución que siempre acababa apareciendo. Desde el principio como en la final o cuando el agua llegaba al cuello, como dos día antes.
Scariolo parecía poco más que un gestor de un bloque de talento histórico en sus primeros éxitos con la Selección. Cuanto más ha bajado el nivel de España por nombres, cuanto menos han sido las certezas, más se ha agigantado su figura. Esta puede ser, tal vez solo hasta la próxima, su Mona Lisa, una obra de arte que comenzó hace casi dos años, cuando nadie sabía qué hacer con las nuevas y maltraídas Ventanas FIBA y él ya tenía concentrada a una España B que aseguró el camino al Mundial y un pedacito del billete a Tokio 2020, que ya está también certificado. Este Mundial se ha ganado en Pekín pero se empezó a trabajar en Benahavís, en el verano de 2017. Todo cuenta, todo el camino es importante, y todo estaba en la cabeza del Seleccionador, que mientras tanto ha ganado un anillo de campeón de la NBA como asistente del canadiense Nick Nurse.
Es fácil en estos casos recordar la frase de Rudy Tomjanovich en 1995, cuando sus Rockets se proclamaron campeones: “Nunca subestimes el corazón de un campeón”. Aquel equipo fue el primero que ganó la NBA desde el sexto puesto de su Conferencia, el primero que se impuso a cuatro equipos de más de 50 victorias y a todos sin factor cancha. Era un equipo que a priori ya había exprimido su oportunidad, la retirada por dos temporadas y pico de Michael Jordan, con el título de 1994. Pero era el equipo que a la postre más lo quiso y, sobre todo y porque cuenta en realidad mucho más, el que mejor lo quiso. El que sabía jugar cada bola caliente, el que tenía un sistema colectivo que soportaba las malas rachas y maximizaba las buenas y el que acabó sumando una victoria (0-4 en la Final a los Magic) que semanas antes parecía imposible y acabó sonando inevitable. Supongo que, aunque suene a tópico, los paralelismos son obvios: nunca subestimes el corazón de un campeón. Enhorabuena, España.