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"Vamos al calderón" decía el maestro Ricard Miralles, y yo, animoso y feliz, contestaba gritando "¡VAMOS!" Estábamos en el año 2012 aproximadamente. Ensayábamos el repertorio de la segunda gira de Serrat y Sabina. Nos juntábamos una decena de músicos en una sala de ensayo para conseguir afinar ese repertorio insuperable e intentar llevarlo a lo más alto, dentro de nuestras posibilidades. El calderón es una figura musical. Ahí estaba la explicación a la frase del maestro Miralles y mi respuesta. Hay una figura llamada calderón que, de vez en cuando, aparece en una partitura. Su símbolo es un semicírculo con los extremos hacia abajo y un punto en el centro.

Cuando de repente parábamos el ensayo de una canción y había que retomarla en algún punto determinado de la partitura, una de las posibilidades era empezar desde el lugar donde estaba el calderón. Vamos al calderón. ¡PUES VAMOS! El calderón es una figura que denota una pausa indefinida en el transcurso de una pieza musical, y, ocasionalmente, se utiliza para realzar el virtuosismo del solista. Eso pasaba en mi Calderón. Se paraba el tiempo. Se realzaba el virtuosismo del solista y el tiempo se paraba. Y el tiempo se paró.

El otro día pasé con mi coche por el túnel de la M30 y apareció ante mí el cadáver del estadio más bonito de España y del mundo mundial. Parece el esqueleto de un barco varado en la arena de una playa con el costillar a la vista. Parece un anciano consumido a punto de morir, un saco de huesos. Pero es el Vicente Calderón, ese lugar mágico en el que se paraba el tiempo, y que no dejaremos morir.

Tenemos un estadio espectacular ahora con un bello nombre: Metropolitano. Se ha hecho un esfuerzo encomiable para llevarnos a todos los seguidores a una casa nueva y preciosa. Pero me duele el alma cuando veo el costillar del Calderón asomar al salir del túnel de la M30. Es como ver derribar la casa de tus padres, la casa donde naciste. Y todos los atléticos nacimos en el Calderón. ¿Vamos al Calderón? ¡VAMOS!

Dentro de pocas semanas volveremos a juntarnos las bandas de Serrat y Sabina y volveremos al local de ensayo. Ahí seguramente el maestro Miralles volverá a decir en ocasiones "Vamos al calderón", y yo siempre gritaré, nostálgico pero feliz, "¡VAMOS!".