El precio y el premio
Se abre el telón de LaLiga o, más bien, se enciende el televisor de LaLiga ya que el fútbol, en Europa, desde hace tiempo, está pensado única y exclusivamente para ser visto a través de una pantalla y no en las gradas. Incluso el nuevo himno de la Liga parece una banda sonora. Funcionará muy bien en la pantalla, dudo que sea tan efectivo en un estadio. El hincha es sólo un decorado para que quede bien en la tele. Ya nadie piensa en él: los precios de las entradas, los horarios, los días... Ha pasado de ser miembro de un equipo a ser un mero consumidor y es que el fútbol es el único producto del mundo que no necesita mimar a su clientela. Está fidelizada pase lo que pase.
Pero el hincha quiere que su equipo gane y para que un equipo sea medianamente competitivo se necesita mucho dinero. Así, los clubes se abrazan a los ingresos de las televisiones y los futbolistas, lógicamente, se abrazan al dinero en general. Nos gustaría que nuestros jugadores sintieran la camiseta por encima de intereses económicos. Les pedimos una fidelidad y un compromiso que nosotros, posiblemente, no cumpliríamos en nuestra vida real. Queremos el poema, pero sin el poeta.
El fútbol es un reflejo de la vida postmoderna. Se ha convertido -como nosotros- en un nómada deslocalizado. Ya no pertenece a un lugar concreto (el estadio) ni tampoco se atiene a días (los domingos) ni a horarios determinados (las 17:00). Igual que nosotros, está siempre disponible y localizable, aparece en todas partes y a todas horas; sin diferenciar entre tiempo de ocio y de trabajo. Nos gustaría volver al patio del colegio, a la pachanga de barrio, al pequeño calor de nuestra infancia frente al incendio arrasador de la Liga profesional. Que el fútbol sea el último refugio de los sueños primigenios. Pero, la pantalla es un espejo que nos devuelve a la realidad. Escuchamos mareantes ofertas que ni siquiera nuestro alma de hincha podría rechazar. Ya no es romántico quien quiere sino quien puede.