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Kyrgios, ese malote del barrio

Nick Kyrgios es un chico malo que exprime su imagen de chungo, como esos perdonavidas del barrio que se esmeran en mantener su vil reputación a base de atemorizar al personal y de no mostrar fisuras en sus envoltorios de tipos duros. Kyrgios es capaz de romper raquetas o de tirárselas al público, de lanzar sillas a la pista, de desesperar al oponente con saques de cuchara, de recordarle al rival en pleno duelo con quién se ha acostado su novia, de dormirse en el asiento durante un partido de Grand Slam, de dejarse ganar porque se ha cansado de jugar… Hace tiempo que el australiano no es noticia por su tenis, sino por la retahíla de chaladuras que se viralizan hasta el infinito en las redes sociales y en las páginas digitales. Kyrgios es una mina para la nueva comunicación de masas. Y un pésimo ejemplo para el deporte.

Si Kyrgios se dedicara más a jugar al tenis que a moldear su dudoso prestigio de malote, pujaría por el liderazgo mundial de la ATP, porque rebosa calidad. Pero eso no le interesa. Ni siquiera tiene entrenador. Rafa Nadal lo dijo claro tras su último duelo en Acapulco: “Es un buen chico, pero le falta un poco de respeto al público, hacia el rival y hacia sí mismo. Tiene un talento descomunal, podría ganar Grandes y pelear por el ranking, pero por algo está donde está”. Y esa es la realidad, aunque al australiano no le gusta que se la recuerden y prefiere enzarzarse en declaraciones polémicas. Kyrgios se cruza este jueves con Nadal en Wimbledon, donde ya le ganó en 2014. Su balance está igualado: 3-3. Es una segunda ronda envenenada para el español. Con Kyrgios en la pista, cualquier cosa puede ocurrir. Y no sólo en el marcador.