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El futuro está en buenas manos

A España y Alemania les ha ido bien en el fútbol en este siglo. Sus selecciones han ganado los grandes torneos y los jóvenes han alcanzado las finales de sus respectivas edades con una regularidad admirable. La Sub-21 ha disputado tres de las últimas finales del Europeo, la última también contra Alemania, saldada con derrota. El duelo, a todos los niveles, se está convirtiendo en un clásico. En 2008, ganó la final de la Eurocopa a los alemanes. Dos años después, les borró del mapa en las semifinales del Mundial, menos por el resultado (1-0) que por la superioridad en el juego. Aquel equipo alemán sería la base en la conquista del Mundial 2014. Se podría hablar, por tanto, de un coherente hilo conductor en el fútbol de los dos países.

España ha acudido al Europeo Sub-21 con siete de los jugadores que ganaron el campeonato Sub-19 en 2015: Sivera, Simón, Vallejo, Meré, Aaron, Merino, Ceballos, Mayoral. Otros dos, Rodri y Asensio, declinaron participar en el torneo. La cifra revela una buena transición, acreditada esta vez en circunstancias difícil. Tras la derrota con Italia en el primer partido, se hizo necesario ganar en los dos siguientes partidos, contra Bélgica y Polonia, en este caso por goleada. España consiguió su objetivo, desplegando un fútbol creciente en medio de una gran exigencia.

Al equipo se le reconoce por su juego creativo, la abundancia de centrocampistas de clase y su disposición para presionar con rapidez y eficacia, pero su progresión también se relaciona con el carácter. En la victoria sobre Francia en semifinales, España se abocó a un momento muy delicado: marcaron pronto los franceses, que disfrutaron de una oportunidad nítida dos minutos después. Allí se les acabó el partido. Los jugadores españoles se sobrepusieron y dieron un recital.

El equipo traslada una sensación optimista. No será nada fácil la sucesión del mítico equipo que dominó el fútbol mundial no hace tanto. Aquella hegemonía, que llegó de manera imprevista, posiblemente actuará como un factor intimidante para las generaciones posteriores, obligadas a una comparación frustrante. Sin embargo, esta Selección permite pensar en una excelente cosecha.

A falta de una estrella en la delantera, algo recurrente en los últimos años de la Selección, los centrocampistas han marcado la diferencia en este Europeo, característica frecuente en el fútbol español. Ninguno ha destacado más que Fabián Ruiz, el mejor futbolista del torneo. Ha jugado de forma tan dominante que siempre ha estado por encima de los rivales y de los partidos.

La crecida de Fabián es relevante. Comenzó en el Betis como un mediapunta sin apenas interés defensivo, fue cedido al Elche, donde conoció las dificultades de la Segunda División, regresó al Betis para ofrecer las señales que se han hecho realidad en el Nápoles y en la Selección Sub-21. Fabián ha adherido tantas cosas a su juego –el despliegue, la participación defensiva, la confianza absoluta en sus posibilidades– que ahora mismo funciona como un centrocampista total.

Fabián es la principal referencia de un equipo donde ha encontrado excelente compañía. Marc Roca, un jugador cartesiano, salió de la penumbra para ofrecer una excelente temporada en el Espanyol. Ceballos se siente más cómodo y necesario en la Selección que en el Real Madrid. Los tres saldrán del torneo con la cotización multiplicada. Oyarzabal mantiene una vieja tradición: a falta de garantías en la punta de la delantera, el jugador guipuzcoano tira de inteligencia, astucia y olfato para el gol.

Hace dos años, España llegó como favorita a la final. Ceballos, Asensio y Rodri causaron sensación, pero el equipo se hundió ante Alemania, siempre fiable en las grandes finales. Esta se presume apasionante. Dos potencias se reúnen, y a una de ellas, la española, da gusto verla.