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El CSKA y el Real Madrid invirtieron esta vez los papeles

En un marco amplio, con una perspectiva imposible de calibrar mientras esté todavía caliente una derrota tan fea, la realidad es que ganar la Final Four es muy difícil. Es obvio: es cierto. Repetir con este formato es complicadísimo. Repetir, de hecho y a secas, lo es, y el Real Madrid no lo ha conseguido desde hace más de medio siglo. Si el equipo blanco quiere comparar sus heridas con las de alguien, ningunas como las de su rival, un CSKA que ha estado en 16 de las últimas 17 Final Four, que se ha dado en ellas costalazos legendarios y que suele patinar en el peor momento. Como si cualquier cáscara de plátano pudiera mandar al suelo al imperio ruso al completo.

El CSKA, al que casi siempre le falta carácter, o suerte, o convicción o una mezcla de todo, ganó como generalmente pierde. Remontó, se agarró al partido jugando mal, sobrevivió sin demasiado orden ni concierto, a base de golpes de talento. Estaba vivo, de milagro, cuando el viento le empezó a soplar a favor. Y en un año en el que ha sido menos favorito que en anteriores, se ha exhibido menos, ha dejado más dudas y ha llegado con menos vitola de favorito, se ha metido en la final despojando de su esencia a un Real Madrid que, precisamente, ha competido siempre mejor mejor que un gigante que esta vez no tenía pies de barro. Con rumores de desbandada en la plantilla, a las puertas de lo que apunta a cambio de ciclo y con tramos de mal rollo sobradamente documentados. Otras veces el CSKA era un delicado jarrón de la mejor porcelana que saltaba en mil pedazos con cualquier vibración. Esta vez un guerrero que ganó en el barro y por desgaste, cuando el partido se puso feo de verdad. Entre tiros libres, protestas y ataques de nervios. Como acostumbra a perder.

Al Real Madrid, casi sin saber cómo, le cambió la suerte y le cambió el partido cuando lo tenía amarrado. No le suele pasar (el marco amplio...). Puede quejarse de los vaivenes en el criterio arbitral, puede lamentar que a partir de un punto le salió peor todo lo que le podía salir mal. Pero también, esta vez, tendrá que conceder que se le escapó su autoridad competitiva, que no supo jugar cuando la carretera se puso cuesta arriba. Sergio Llull, que ha ganado mil partidos, falló tres triples seguidos mal seleccionados (como los que ha metido mil veces: el marco amplio) en 1:04, en plena remontada rusa. Como si quisiera ganar la semifinal en una jugada, en un tiro mágico. En esos minutos de confusión el CSKA, vivo para su propia sorpresa, percibió que el partido estaba suelto y volvía a buscar dueño. Y fue él, esta vez, el que lanzó la dentellada con De Colo, muchas veces señalado en este mismo fotograma, en rebeldía contra la derrota. Fue una sorpresa, fue una mala noche y fue una pena. Pero el Real Madrid, es lo que ha ganado en la era Laso, sabe que la hoja de ruta se concentra en una palabra: volver.