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La injusticia de Zidane

Hay ausencias que engrandecen a las personas. Las valoran en su justa medida. Y cuando regresan aparecen ante nosotros diferentes, cargadas de razones y autoridad. Es lo que sucedió con Zidane tras esos nueve meses de retiro voluntario en los que el Madrid se extravió. Sus nueve títulos de 13 en dos años y medio le otorgan una credibilidad que antes le regateaban. Plenos poderes, dicen que fue la promesa de Florentino Pérez al francés para convencerle de su vuelta. Veremos, pues todos sabemos que la desesperación hace que prometamos imposibles.

El caso es que ha vuelto un Zidane distinto, con la fuerza necesaria para decidir el corte y la confección de la próxima plantilla y con el respaldo del prestigio para mirar a la cara a sus descartes y decirles que no cuenta con ellos. Personalmente, aprecio esa franqueza. Sin embargo, creo que en algunos casos está siendo injusto. Como con Marcos Llorente. El francés se ha ganado el derecho de creer en él y en sus decisiones. Yo lo hago con tal fe que estaría dispuesto a entregarle las llaves de mi casa y confiarle el cuidado de mis plantas (quien me conoce sabe de la importancia que le otorgo a ambas cosas). Pero no puedo dejar de sorprenderme de que en el próximo Madrid no encuentre hueco para el mejor jugador del pasado Mundial de Clubes, que le niegue el sitio a una de las pocas buenas noticias de este año en barbecho, que no recompense su generosidad en el esfuerzo, profesionalidad y su estupendo nivel de fútbol y le ponga la cruz haciendo pesar más el pasado que el presente, que reniegue de un pulmón ahora que el Madrid necesita aire. Además, claro, de obviar que si hay un jugador que conoce, siente y vive el Real Madrid ese es Marcos Llorente, futbolista con una tremenda carga genética blanca.

Zidane no ha utilizado con el canterano la vara de la justicia, esa que atiende a los méritos para recompensar o señalar. De haberlo hecho, Marcos Llorente seguiría porque jugaría más de lo que juega con el francés. Cuando enhebró oportunidades con Solari, se mostró como un jugador que desempeña con rigor los deberes de un medio centro: desahoga al equipo, se mete entre los centrales cuando la jugada lo requiere, es lanzadera del lateral y obediente tácticamente, se remanga a la hora de recuperar y se atreve yendo arriba para sorprender. Mejoró en todo a Casemiro y no le penalizaron los meses de inactividad en el fondo del armario, lo que habla estupendamente de su compromiso con su profesión. Pero a Zidane nunca le ha llenado el ojo. Ni en el Castilla, ni en el primer equipo. El pasado 14 de abril, antes del partido ante el Leganés, le abrió la puerta así: "Siempre mejora, está siempre mejor y lo único ahora es jugar, necesita jugar más, eso le va a venir bien". Un mensaje que no sorprendió a Marcos, quien ya tenía las maletas hechas el pasado verano y sólo la espantada de Zidane frenó. Es consciente de que si quiere jugar, tiene que marcharse. Y se irá para triunfar. Eso sí sería de justicia.