La grandeza del Liverpool y el síntoma de Coutinho

El mal de Roma consumió al Barcelona en Anfield. La fe del Liverpool superó todos los pronósticos y trascendió cualquier aspecto táctico propio del partido. Fue un triunfo mayúsculo, alojado en la intensidad, convicción y pegada. El Barcelona conspiró contra sí mismo coleccionando pérdidas más que evitables en la salida y decisiones erróneas como sucedió en los dos primeros goles. En los dos inicios de cada parte no pudo abrirse paso ante la afilada presión red y eso le costó el naufragio histórico que vivió. Sólo Busquets puso orden en algunas fases, logró activar a Messi y también llevar el juego a las bandas.

Había avisado Valverde sobre esos 15 minutos en los que el Liverpool te empuja y te arrolla. Sin embargo, ni él ni su equipo pareció valorarlo. La puesta en escena de cada tiempo sólo tuvo color red. En las disputas, la intención y el acierto. Se jugó en campo azulgrana, con Messi y Suárez demasiado descolgados y no ofreciendo desmarques en apoyo como hacía Origi en el equipo de Klopp. El Liverpool recuperaba y se estiraba por las bandas. Mané fue un suplicio para Sergi Roberto y Alba estuvo irreconocible en el otro lado. Lo de Coutinho sorprende menos. Sus intervenciones fueron mínimas e imprecisas (12 pérdidas de balón). El Barcelona se empeñó en inmolarse, sin tino tampoco en las ocasiones claras que dispuso. Los cambios de Valverde llegaron tarde al igual que las desatenciones se repetían. La melonada del definitivo gol de Origi resultó el síntoma final de una noche aciaga. La grandeza que exige la Champions sólo se contempló en el Liverpool.

Wijnaldum, al área

La lesión de Robertson llevó a Milner al lateral y el holandés salió como interior. Atacó la zona de finalización de forma perfecta en los dos goles. Doble nueve con Origi en el 3-0.