"¡No me lo puedo creer!"

El grito de Flaqui. Este tercer gol que marcó anoche Messi define una historia, la historia de su voluntad. Él no quiere que el Barça pierda, le deprime como a los niños una derrota de su mayor juguete. Cuando afrontó esa última falta del Liverpool, el mejor 10 de la crónica centenaria del Barcelona se dispuso a ser quien es en los tiempos oscuros, lúcido y bravo, tranquilo y decisivo. Todos los adjetivos que lo adornan y con los que se retirará algún día fueron a su auxilio. El disparo tuvo la inteligencia concentrada de 599 goles. Y el disparo llegó para dar en la diana de los 600. El grito de Flaqui ("¡No me lo puedo creer!") pudo haberse exclamado otras tantas veces a lo largo de los años.

La ansiada. Hay un deseo aún más reciente en la potencia de pimienta y seda que tuvo ese disparo número 600: el de ganar también la tan ansiada y hermosa Copa de Europa. De hecho, esta fortaleza del ánimo ganador de Messi, en este caso, proviene de aquel fracaso en Roma. Al líder argentino no se le olvida aquel estúpido partido que marca de ocre y negro el pasado más reciente del Barça en la Champions League. Desde aquel día el Barça ha perdido un par de partidos, algunos de ellos decisivos. Pero el argentino no acepta ni siquiera esa compañía oscura de las derrotas menores. Su actitud de anoche fue un resumen ético (y estético) de la decisión que debió tomar en medio de la desgracia romana: nunca más esto.

Los milagros. El Liverpool trajo sal en el cuerpo. Mucho peligro. Sus jugadores son tan voluntariosos como Messi, pero ninguno puede ni siquiera imaginar el control mental que el mejor jugador azulgrana de la historia postCruyff ejerce sobre los peligros que sufre su equipo. Aún así, durante una parte considerable del partido el Barça se sirvió del milagro, de los milagros, de personajes que el Barça debería clonar para encomendarse a ellos en ocasiones así. Ter Stegen, Piqué y Messi son la tripleta extraordinaria que ha llevado al Barça 2019 a una historia que, de momento, es tan agraciada como un amanecer propicio. Hasta después del 3-0 venció Ter Stegen a la delantera de Salah; la suerte y el milagro, al fin, rechazaron un balón que el mejor del Liverpool intentó meter en una portería que obstinadamente se mantuvo a cero. Fue un milagro de Ter Stegen, un milagro muy trabajado.

A favor de Coutinho. Un gesto de Messi completó su implicación ética en el partido. Fue cuando, tras el segundo gol, se encaró con el graderío para afearles a los que silbaron a Coutinho esa expresión idiota que suele ser habitual en las tribunas. El brasileño fue más voluntarioso que nunca, hizo todo lo que pudo por contribuir a que el equipo fuera el vencedor del encuentro. Y los aplausos y los pitos se combinaron para decir adiós al 7 cuando éste enfiló el banquillo. Messi dijo que era mejor aplaudir, animar, que criticar a los jugadores que se están jugando el porvenir del equipo. Ese gesto no es tan sólo un homenaje a su compañero en dificultades; es una decisión de capitán, capaz de quitarse galones para compartir no sólo la alegría de ganar sino la obligación de respetar a los que contribuyen a la victoria. Messi es el capitán, Piqué es el baluarte, Ter Stegen es el muro; pero el equipo es el que ha ganado… Messi hubiera salido en defensa de cualquiera de ellos. No juega solo, ya Messi no juega solo. Hasta cuando va solo lleva el equipo de su mano, se solidariza con él. "Messi es un fenómeno", me dijo anoche Alejandro Sanz. Como el cantante, Messi hasta cuando descansa crea. "¡No me lo puedo creer!", que diría Flaqui.