El Sánchez Pizjuán sin el monstruo

Tiene el sevillismo un punto de aceptación extrema de la realidad muy suyo. El lunes por la mañana, después de lo del Bernabéu, el pensamiento generalizado de su gente, además del desánimo, era la pereza por lo que venía. Messi le ha marcado 32 goles en 35 partidos oficiales al Sevilla y en el Sánchez Pizjuán se le han visto ‘perrerías’: goles de volea bajo la lluvia, un caño a Spahic completado con una vaselina insólita a Palop, exploraciones a los ángulos de Sergio Rico. Eso por no hablar de las finales. Pero ese temor se esfumó en cuanto se supo que el monstruo se quedaba en Barcelona. Una preocupación menos.

El Sevilla había caído en el desánimo. Dudas sobre el estado físico de sus jugadores clave (Sarabia, Banega), dudas sobre los fichajes (Munir ya se ha lesionado) y dudas sobre la vigencia del sistema de Machín. Pero esa afición, como esa ciudad, vive así y también tiene muy interiorizado el tremendo peso y la magia única de su estadio. Por eso, aunque afronte la eliminatoria con un punto sincero de resignación, guarda la esperanza de una noche mágica. Tiene argumentos y precedentes. Nadie daba un duro por el Sevilla de Jiménez que fue el primer equipo en tumbar en una eliminatoria al Barça de Guardiola. Y ese día, estaba Messi.