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Nadal y la mano de Moyá

Cuando venían mal dadas, muchas voces reclamaban un volantazo en la carrera de Rafa Nadal. Un cambio de rumbo que pasaba por un relevo de entrenador que no era cualquiera precisamente, sino su tío Toni. "A estas alturas, necesita sangre nueva", dijo en 2015 con gran revuelo John McEnroe. Y es que la carrera de Nadal es imposible entenderla sin Toni, con quien en su esquina ha conquistado 16 de los 17 Grand Slams que luce. Un técnico maravilloso, un motivador sin igual, puro sentido común y con una ética de trabajo intachable. Nadie entrenaba más que su sobrino, pero quizá hacía falta algo más. En enero de 2017 entró en el equipo Carlos Moyá, tío Toni dio un paso atrás, se inició una transición dulce con Francis Roig (presente también desde el principio) como eslabón y en 2018 el ex número uno pasó a ser ya el técnico principal.

Moyá era la sangre nueva que reclamaba McEnroe. Es difícil, y sobre todo arriesgado, cambiar hábitos en un supercampeón, y el mallorquín, antes amigo que entrenador, ha sabido susurrarle a Nadal al oído consejos sabios. Ha domado su nervio competitivo y le ha hecho consciente de la necesidad de tomarse descansos con 32 años, cosa que la campaña pasada impidieron las lesiones pero que es el plan que se seguirá esta. Amante de los números y el análisis, ha introducido tecnología en sus entrenamientos, nuevas rutinas y menos horas. Le ha demostrado con números que siendo más agresivo y retocando movimientos (véase el saque) se lograrían unas ganancias que son oro para su maltratado físico. El objetivo es que dure. Y que gane. En Melbourne se nota su mano.