La vida perica en 90 minutos

En poco más de diez minutos, los últimos cinco de la Copa en Vila-real y los ocho primeros en Anoeta, había recibido el Espanyol cuatro goles. Y encima, todos, surgidos en centros laterales, fueran en jugada o de córner. Así también llegaría el 3-2. Se podría afirmar que el de Rubi es un equipo paradójicamente descentrado (y permitan el juego de palabras) al conceder tantas ocasiones de ese tipo a rivales que ya le han tomado la medida en este 2019, pues ya el Leganés se había hartado a colgar balones desde las bandas en el primer partido del año. En el lado bueno de las cosas, también de un centro lateral, concretamente un saque de esquina, nació el primer tanto de Naldo con la camiseta perica.

Más allá de los centros, sirvió la visita a Anoeta para certificar un año más la alergia del Espanyol a salir de casa, y para constatar que el trayecto de la montaña rusa que va inherente a la militancia perica no dura ya una temporada, con sus altibajos y sus rachas, sino que puede condensar en un día, del infarto por el futuro inmediato de Borja Iglesias a cierta tranquilidad al menos por ahora, e incluso en solo 90 minutos: de un inicio desastroso y el 2-0 a la esperanza del empate al descanso, a la gran actuación de Melendo, y de ahí de nuevo al mazazo del gol en contra, a remar y a morir en la orilla. La vida del Espanyol hecha partido de fútbol.