Machín y las filias y fobias

Muchos son los aficionados del Girona que, cuando se sorteó el calendario de liga, lo primero que miraron fue cuándo se iba a producir el primer enfrentamiento contra el Sevilla. Para ser más exactos, contra Machín, el técnico que lo fue todo en el último lustro y que se fue, no diré que por la puerta de atrás pero sí con menos calor del que hubiera merecido, seguramente. El largo parto que fue su marcha, sus desafortunados símiles en sala de prensa o el momento 'Six dreams' con Quique Cárcel enfriaron el idilio. Y el verano no mejoró las cosas. El Sevilla echó el guante (y algo más) a Portu, quien pasó en 24 horas de tener las maletas hechas y un pie en el AVE a tener que volver a buscar casa en Girona.

También se vinculó con el Sevilla a otros jugadores fundamentales como Stuani o Juanpe. Desde entonces, la imagen de Machín en Girona quedó algo dañada y mal hablar de él no es que sea práctica común pero tampoco es residual. Se le tacha de desagradecido, de ambicioso, incluso se cuestionan sus recursos tácticos. Daría para un debate largo que escapa a lo estrictamente deportivo. Machín comparte con la mayoría de actores de este mundillo virtudes y defectos pero, con más o menos destreza, hizo lo que todos; intentar mejorar e intentar tener a los mejores. Es innegable que Machín no hubiera despertado el interés del Sevilla sin su trabajo en Girona como inexplicable el Girona actual sin el soriano. El fútbol se alimenta de filias y fobias, convierte a héroes en villanos en un suspiro y siempre falta tiempo y perspectiva para valorar los méritos. Incluso los obvios. Triste.