Edurne, en la cima del éxito
El primero siempre queda para la historia. El que imprimió la huella inaugural en la Luna, el que bajó de los diez segundos en los cien metros lisos, el que llegó a América y abrió la veda en un continente fascinante... Edurne Pasaban entra ahí por la gesta larvada durante nueve años, desde 2001 hasta 2010, abriendo el desafío en el imponente Everest, el único en el que se ayudó de oxígeno suplementario, y dejando caer el telón en el Shisha Pangma. Miss Hawley, la más fiel cronista del Himalaya, le otorgó tal honor tras anular la subida al Kanchenjunga de la surcoreana Oh Eun-sun, por no aportar pruebas concluyentes. No dejará de recordarse quién, en 21 siglos de alpinismo, fue capaz de completar por primera vez las 14 cumbres más altas del planeta: una joven valerosa tolosarra. Una de las nuestras.
Edurne está, por méritos propios, en el Olimpo de uno de los deportes más duros. Lleva la montaña en la sangre desde los 14 años, cuando empezó a pasear por las cimas con el club Oargi. La tradición del alpinismo en el País Vasco le impulsó a edad temprana. Su gesta estuvo a punto de arruinarse en el K2, el segundo gigante de la Tierra y que arrastra una leyenda de maldición para las mujeres: después de abrir camino la polaca Rutkiewicz, empezó a dejar un rastro de muerte de alpinistas muy preparadas. Edurne acabó exhausta y con los pies congelados, en una lucha que solo ganan los titanes. Era julio de 2004. Luego entró en una depresión. Por un momento pensó que aquello era el fin, pero retomó su ilusión con el Broad Peak. En realidad, la eternidad ya le había elegido desde mucho antes.