La final nerviosa
Invasión familiar. Madrid se preparó para una invasión violenta y, sin embargo, la excursión argentina pareció un acontecimiento familiar lleno de nervios. Como decía Shakespeare, más ruido que nueces, en el ambiente y en el fútbol. Y esto que parece malo es lo mejor que se puede decir de este partido emocionante y excéntrico, que tenía que haberse jugado en Buenos Aires y terminó siendo espectáculo vigiladísimo en España.
Messi y el Nobel. Había tanto argentino en el campo que no podía faltar ni Messi. Y, en efecto, allí estaba Lionel Messi, que ya forma parte de la historia de Argentina… y del mundo. Estaba colgado en una de las localidades de lujo, con su compañero Jordi Alba, que es el que le pasa balones de oro que él convierte en homenajes a su abuela, la que lo llevaba a los campitos en los que aprendió algo que nadie puede enseñar: la inteligente intuición que convierte en arte el amor al fútbol. Así que ahí estaba Messi, igual que estaba, por cierto, otro hispanoamericano universal, el Nobel Mario Vargas Llosa. Y del mismo modo que lo que éste sabe de literatura no se puede transmitir de manera natural, lo que Messi sabe de fútbol solo circula por su sangre, y por su capacidad para encargarse de prolongar en sí mismo su aprendizaje. Así que los otros argentinos que estaban en la cancha, tanto de River como de Boca, tenían que poner de su parte lo que pudieran: Messi estaba allí, pero no les podía ayudar. En ningún sentido: ni con los gritos, él es de otro equipo, adonde quiere retirarse en Rosario. Pero estaba allí por amor al fútbol, y seguramente por amor a su patria.
El más esperado. Era un partido muy esperado; las aficiones de los dos equipos habían confluido a una ciudad remozada, que se había preparado, con una seguridad insólita, tanto la Plaza de Colón como la Puerta del Sol para acoger a las aficiones de uno y otro equipo en caso de la hipotética victoria. Madrid es una ciudad que siempre ha acogido bien a los argentinos; a Messi, por ejemplo, ya nadie lo abuchea en los campos españoles: es una gloria local, por así decirlo, pues ha demostrado que en el arte del fútbol es heredero directo de otro argentino que anoche flotaba en el ambiente como parte de la historia de los dos contendientes, Alfredo Di Stéfano, españolísimo de Argentina.
La acogida. La acogida que ahora este país le ha dispensado a las aficiones y a los equipos ha sido espléndida. La seguridad ha sido abundante, pero el buen humor también. La gente creyó que venían ogros que se iban a matar entre ellos, y mucha tensión hubo, pero a veces parecía que Madrid más bien se aprestaba a asistir a un concierto multitudinario de Les Luthiers. En el campo hubo algún mal gesto (esa mirada asesina de Benedetto a un rival nada más marcar el 0-1), pero todo fue como si jugaran a borrar el mal sabor bonaerense que precedió esta ansiosa final tan disputada.
Malo e imponente. Un partido malo e imponente, emocionante y mediocre; todo cupo en el partido, y todo pasó. Messi, que lo vio desde arriba, no estaba allí. Pero es legítimo pensar que si hubiera estado en el césped del Bernabéu aquello pudo haber terminado lleno de goles. El día anterior, ante el Espanyol, el genio de Rosario hizo cualquier cosa con oportunidades como las que fabricaron anoche River y Boca. Pero Leo no vive en esos equipos, y anoche en concreto estaba en el palco, dándole patadas al suelo cada vez que otro no hacía lo que él hubiera hecho para que no hubiera prórroga.