El Balón de Oro: más consejeros y menos palmeros

Durante estos días escuchas y lees los méritos que requieren un Balón de Oro y, al final, deberían de trocearlo en varias onzas. Si es por títulos e influencia en el juego (asistir o marcar), el ganador debería de haber sido Griezmann (incluso Varane, por títulos). A Antoine le perjudica que el Atlético aún no tiene en muchos países el altavoz de otros equipos. Si el criterio es desmenuzar 60 partidos que juegan en un año natural, en cuestión de goles y pases de gol, el Balón de Oro sería Messi con diferencia. Que conste que nunca he creído en un premio individual, en un deporte de equipos de once, soy partidario de premios por posición. Pero es evidente que el Balón de Oro cada año levanta pasiones y debates que son bienvenidos cuando se argumentan las posturas porque enriquecen el fútbol.

Más allá del criterio por el que se lo hayan concedido, también me alegra que en la historia del Balón de Oro quede Modric, dicho sea de paso el mejor centrocampista del mundo los últimos años hasta el Mundial. Su figura engarza perfectamente en la vía del fútbol como fábrica de valores, que son los que representa y demuestra Luka al dedicar su galardón a Xavi, Iniesta y Sneijder, centrocampistas que también fueron los mejores del mundo en su puesto como el croata. Además, haber sido un niño de la guerra de los Balcanes engrandece su figura.

En la línea de esos valores que debe defender y promover el fútbol, los que otorgan el Balón de Oro deberían prestigiar su premio dándole capas de respeto. Si un jugador no acude a la gala debería quedar excluido al año siguiente, sin posibilidad de ganarlo. Porque esas ausencias de Cristiano y Messi no son ejemplares. Igual que durante 10 años han acudido a recoger su merecido premio, Cristiano y Leo también deberían haber estado rodeando y arropando a Modric, Griezmann y Mbappé. Porque no se puede ganar siempre. Y para saber ganar hay que saber perder. Las estrellas del fútbol necesitan más consejeros y menos palmeros. Consejeros que no les digan lo que quieren oír y que les hagan volver a la senda de la humildad cuando se distraigan.