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Una herida muy difícil de curar

Dos años. Dos años de aquella mañana fría en Madrid. Lluviosa, oscura, triste. Como las noticias que iban llegando a ratos desde Colombia. El primer WhatsApp a las 07:00 de la mañana, desde Qatar, de un compañero de Al Jazeera que quería confirmar el accidente del avión de la Chapecoense que volaba a Medellín para disputar la final de la Sudamericana. Un club modesto. Una historia de superación increíble. Un proyecto raro en el fútbol, hecho por las buenas. Con gente buena. Y que ganó el corazón de los brasileños como yo, que nos hicimos un poco de la Chape en aquella aventura fabulosa.

El golpe fue tremendo. Pero dolió todavía más cuando descubrimos que en aquél avión estaban compañeros. Amigos. Ayer volví a leer el texto que le pedí a Paulo Julio Clement, de Fox Sports, para unas centrales de As en 2013. Victorino Chermont fue mi contemporáneo en la facultad de periodismo en Río. Cuando ya era ‘famoso’, reportero de la TV Globo, vino después de casi 12 horas de guardia para no dejarme tirado en mi trabajo de fin de curso de radio en la facultad. André Podiacki fue quien me dio el teléfono de Siqueira, hoy un gran amigo. Deva Pascovicci era mi ídolo, el tenor de la radio brasileña y que inmortalizó el camino de la Chape. Setenta y una personas queridas. Que dejaron familias. Recuerdos. Y una herida difícil de curar.