Los acontecimientos sucedidos en Buenos Aires con motivo de la final de la Libertadores han llenado de tristeza a todo el planeta futbolístico. Y muchos hemos recordado lo sucedido en las dos finales de Champions entre Real Madrid y Atlético, la primera en Lisboa y la segunda en Milán. Dos finales en las que las aficiones de ambos equipos vivieron el partido en paz, en armonía, tanto antes como después del partido. Las dos hinchadas demostraron al mundo que la rivalidad, eterna rivalidad, no está reñida con el buen comportamiento. Ya entonces todos los organismos del fútbol europeo reconocieron esa manera de comportarse y con el paso del tiempo, y viendo lo ocurrido en otras finales de gran rivalidad, esa manera de vivir las finales cobra aún mayor importancia.
A Lisboa fueron más de 17.000 aficionados de cada equipo y casi todos se desplazaron por carretera. Muchos fueron sin entrada. La A-5 vivió un éxodo masivo de seguidores de Real y Atlético, parando en las mismas gasolineras, y apenas hubo incidentes. La gente vivió la final con alegría en el centro de Lisboa y en el estadio la tónica fue la misma. Grupos de amigos mezclados, gente que viajó desde muchas partes del mundo, parejas y matrimonios de ambos equipos... El estadio Da Luz es un recinto magnífico, pero una ratonera a la hora de llegar en vehículo. Tampoco hubo problemas con los aficionados mezclados intentando entrar al estadio. El partido no sólo duró noventa minutos, sino treinta más. El comportamiento también fue ahí modélico, con los vencedores poniéndose en la piel del que cayó derrotado de una forma dura. En Lisboa muchos madridistas tuvieron que consolar a atléticos. Algo sí unió a ambos: las dificultades para salir de la ciudad.
La gala de As de ese año reconoció lo que allí pasó. As premió a los aficionados de Real y Atlético a través de sus socios número uno. Un momento memorable. Dos años después se volvió a repetir la misma escena, esta vez en Milán. Esta vez fue la Piazza del Duomo el escenario donde convivieron todos, mezclados, juntos... La final ya no se decidió en la prórroga sino en los penaltis. El Atlético volvió a perder de la forma más dura, en el último lanzamiento. Los rojiblancos no pagaron el infortunio con los madridistas ni hubo escarnio en forma de burlas por parte de los vencedores. En esas dos finales, Madrid dio una lección al mundo. Una ciudad en la que conviven dos grandes, dos históricos, con miles y miles de seguidores detrás... Madrid ofreció una lección de madurez. Viendo lo sucedido estos días a muchos nos vino a la memoria el ejemplo vivido en las finales de Champions.