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Cuando el fútbol tiene un efecto perverso en el cole

Soy sospechoso de muchas cosas, pero no de antifútbol. De hecho, el fútbol es lo normativo, lo esperable, lo deseable. Saber de fútbol, ser futbolero, jugar bien a fútbol. Te apaña cualquier charla distendida de ascensor, te facilita alianzas, te entretiene socialmente. Dedicarse al fútbol profesional, como he tenido el privilegio, te otorga un interés que nadie cuestiona.

Pero se nos va la olla. Llevo tiempo aprovechando estas líneas para avergonzar públicamente la barbarie que son los campos de fútbol base gracias al comportamiento de algunos iluminados que acompañan a sus hijos dando el ejemplo más bochornoso del mundo. Hasta he sugerido prohibir la entrada de estos entrenadores de grada, birra y circo romano. Pero es que el Régimen va más allá y tenemos que mirárnoslo porque no vale con campañitas efectistas antibullying, tolerancia cero y fair play que no se cree nadie.

Tengo una amiga psicóloga con la que he podido hablar del efecto del fútbol en el cole. ¿Sabéis que ocurre en el colegio con las criaturas que no saben lo que es el fútbol porque en su casa no gusta? O con aquellos que directamente pasan del balón. Pasa que, o bien se ven obligados a jugar con sus amigos futboleros, siendo más malos que el demonio y desperdiciando su tiempo, interés y talento, sucumbiendo al orden social en detrimento de su poderosa individualidad, o bien son el panoli de turno, el foco de la diferencia y la humillación, relegados a lo marginal o al subgrupo de las chicas y chicos no futboleros, que también tiene traca el asunto. Con lo rico que es el grupo mixto, para jugar y para vivir. Un monopolio que se extiende más allá de lo abstracto, porque también ocupan buena parte del sitio de juegos.

Disputa de un partido en categorías inferiores.
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Disputa de un partido en categorías inferiores.DIARIO AS

A mí esto me escandaliza, me avergüenza. Dan ganas de ponerse prohibicionista y sacar el balón del patio del colegio. Quien quiera jugar a fútbol, que vaya al campo. Quien quiera un cura, que vaya a la iglesia. La escuela tiene que quedar libre de dogmas.

Después, los que efectivamente van a entrenar, quieren ser delanteros, llevar la equipación de Fulano y las botas de Mengano, en un delirio de identificación y meta no apto para todos los bolsillos ni para todos los educadores. ¿Qué nos pasa a los padres? ¿No somos capaces de ejercer una educación responsable? No queremos hijos con hábitos sanos, que desarrollen un cuerpo fuerte y unas buenas habilidades como procuran los deportes de equipo: negociación, cooperación, esfuerzo, diversión, vínculo. Queremos un Messi que nos saque de la ruina.

Un poco de sentido común y de responsabilidad. O fútbol infantil consciente.