Es más que la final del Mundial
Esta es otra final del mundo. Si Argentina-Alemania sacudía al país cuatro años atrás en Brasil 2014 con la chance de volver a ser campeón después de 28 años, estos Boca-River conmueven más a la mayoría. El país está movilizado, los que son fanáticos y también los neutrales. Y los argentinos que viven en el exterior también. Es el tema en la calle, en redes sociales, en los medios, en los chats de amigos. Porque es la primera vez en la historia que los gigantes juegan una final de Libertadores y todos tienen ilusión… y mucho miedo. Van por ese trofeo que buscan con desesperación con el sueño de estar en el Mundial de Clubes justamente contra el Madrid, nada menos.
En Buenos Aires se respira superclásicos, hay aroma en sus calles, en su gente. En todos lados. Mientras, los propios protagonistas se encargan de tratar de bajar la intensidad, de demostrar respeto mutuo, de no hacer ninguna declaración que puede encender más a la afición en un país cuyo fútbol vive con la sombra de la violencia, tantos que salvo excepciones a dedo sigue la veda de visitantes. Tanto que, pese a que el presidente de la Nación, Mauricio Macri, salió a anunciar que habría aficionados visitantes, los titulares de los clubes no quisieron correr el riesgos y decidieron rechazar esa posibilidad. Esos mismos conductores de clubes que se mostraron juntos, que intentan de todas las formas posibles de transmitir ondas pacíficas, dejando en claro que habrá un ganador y un perdedor, inevitablemente, y que la vida seguirá para ambos. También la AFA difundió un vídeo destacando que es momento de disfrutar de un clásico “inexplicable”. Con dos jugadores emblemáticos, Pity Martínez y Benedetto, pensando en positivo sobre la superfinal: “Vivila, discutila, festejala, compartila”.
Pero claro, nadie quiere ser el perdedor del partido más importante de la historia del fútbol argentino. Y no es exageración, no es olvidarse de grandes duelos del pasado, sino que la propia realidad lo deja en evidencia: por primera vez se juegan la Champions sudamericana, cara a cara. Como nunca, generando una adrenalina inédita, un estrés para mucho. Tanto que por ejemplo el capitán de Boca, Pablo Pérez, aquél que jugara en el Málga, reconociera que él no puede disfrutar de este momento, como le gustaría.
Este es el momento de mayor vidriera del fútbol argentino, sin dudas. Porque encima el partido irá en un horario con buena visibilidad en Europa, a las 22 horas (17 argentina), porque Mourinho, Pochettino, Valverde, Simeone, Dybala, Buffon, Mata… varios internacionales ya hablaron de estos superclásicos, que serán este sábado y la revancha el 24. El propio Santiago Solari, que tuvo el privilegio de jugar algún duelo, seguro que estará pendiente de un choque galáctico, casi nunca visto a nivel mundial. Desde Sudamérica se piensa que es más que la Champions que se jugaron el Real y el Atlético, que algo similar hubiese sido un Real-Barcelona. O un Milan-Inter.
La ansiedad crece. Es hasta un tema de Estado, porque mismo el presidente Macri, fan de Boca, ha definido en una charla informal al entrenador de River como “culón” deseando que algún día se le termine esa suerte. Se viene el primer Boca-River, que es literalmente histórico. Como nunca, por lo que se juega, por día y horario, para todo el mundo. Acá hay una final que quedará para toda la vida, que marcará a fuego a todos, ganadores y perdedores. Hay nervios como nunca, la gente está alterada, se sufre hasta por imaginar una potencial derrota, hay miedo y a la vez ilusión. Como lo definió bien Valverde, “otro partido del siglo”.
Mariano Dayan, Jefe del Área Digital de Olé