Como cualquier hablante del español entiende enseguida, estamos ante un uso metafórico. Es decir, de lenguaje figurado. Porque vemos que el tenista, el defensa o el portero que se han ido del partido siguen allí, disputándolo. Y por tanto no se han ido del partido.
Estas asociaciones de ideas se ejecutan en milisegundos, y a menudo no nos damos cuenta incluso de que se trata de usos metafóricos.
En todas esas expresiones se produce una incongruencia entre el significado exacto de esas palabras y la realidad que vemos. El éxito de la metáfora se alcanza cuando resulta fácil o accesible entender la relación entre los hechos y lo que se cuenta de ellos, y cuando se representa en nuestro cerebro una imagen que logra congeniar ambos aspectos (el pelo que roza el balón como si fuera un cepillo, la pelota que toca suavemente el palo, el disparo potente...).