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Dedé ha unido a un país dividido

Brasil vive uno de los momentos más revueltos de su historia. A falta de dos semanas de unas elecciones presidenciales que tienen al país dividido entre dos extremos, el ambiente de odio, intolerancia y rencor que se respira por las calles, además de los altísimos índices de criminalidad, tienen a los brasileños en constante estado de tensión y miedo. Fortalecido por el alto rechazo al expresidente Lula, encarcelado por corrupción, el excapitán del ejército, Jair Bolsonaro, de extrema derecha, lidera las encuestas con su discurso radical, racista, misógino y violento, que promete acabar con la corrupción y violencia a cualquier coste.

Pero en medio de un momento de enorme intolerancia, la absurda expulsión de Dedé logró lo que sería imposible incluso en tiempos de más estabilidad. Que los clubes y aficiones de todo el país se unieran bajo la misma bandera. Bolsominions y Petralhas dejaron sus colores e ideologías al margen y se juntaron en el sentimiento de indignación en contra de la CONMEBOL, que desde hace años tiene instaurada una persecución institucional a los clubes brasileños en la Libertadores. Decisiones arbitrales inexplicables, sanciones surrealistas, y rectificaciones tardías, como la de Dedé, que llegó, pero sólo después de que el Cruzeiro fuera virtualmente eliminado. La CONMEBOL dio un paso atrás porque vio a un fútbol brasileño unido. Coherente. Algo que nunca pasó antes.