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El precio de llamarse Cristiano

Si no se llamase Cristiano Ronaldo, ni habría sido expulsado ni estaríamos reproduciendo la indignación que en Italia ha provocado su tarjeta roja en Mestalla. El juez de fondo se sintió estupendo y a Brych, un buen árbitro, le volvió loco cuando le llamó para decirle que él había visto una agresión a Murillo donde sólo hubo un rifirrafe de los muchos que hay en cada partido, resuelto con una mano que amagaba de tirar el pelo del central colombiano. Si siempre se expulsase a un jugador por actos así, se me ocurren nombres como el de Luis Suárez o Diego Costa para pensar que ellos difícilmente acabarían ningún partido.

Cristiano pagó el peaje de ser un futbolista tridimensional y universal, y eso al tal Fritz le hizo ganarse su minuto de gloria. Me imagino la conversación con sus amigos este fin de semana en su pueblo alemán (Korb): “Oye, yo fui el que echó a Cristiano”. Una pena. Imagino que la UEFA, siempre reacia a modificar las actas arbitrales, se planteará que es una atrocidad meterle tres partidos al crack de la Juventus. Una cosa es que en el campo los jueces se equivoquen de manera inaudita. Otra sería reincidir en el error en los despachos.

Les doy una pista para que no les tiemble la mano a la hora de desautorizar la injusticia cometida por Fritz. La mayoría de aficionados del Valencia dijeron que no era para expulsión ni en broma. Los propios compañeros de Valencia, recuerdo lo honesto y directo que estuvo Pedro Morata en el Carrusel de la Ser, insistieron en que tampoco era una acción para roja. Amarilla y punto. Señores de la UEFA, no permitan que vuelva a perder el fútbol. Porque los cracks deben estar en el campo para que este invento funcione. Lo demás son ocurrencias de un señor que jamás hubiera salido del anonimato si no llega a ser por un futbolista llamado… Cristiano Ronaldo.