Francia pone fin a la guerra de religión
Ha sido maravilloso. Desde la jornada inaugural hasta la final han pasado 30 días. Pero han pasado sobre todo 64 partidos, un muestrario completísimo de cuanto el fútbol puede ofrecer hoy. Tras el desfile de modelos, se han incorporado nuevos dioses al Olimpo, se han tumbado muchos pronósticos y opiniones, y se ha puesto fin a una guerra de religión. Entre las opiniones que han caído con estrépito señalo dos mías. Me manifesté contra el VAR y ha sido un éxito. Sigo creyendo que el juego debe incluir los errores, también los del árbitro, y que este invento puede dar bastantes disgustos, pero como demócrata me inclino ante la aplastante mayoría. También me equivoqué al sospechar que nos esperaba un torneo monótono, balonmano con el pie, dije. Por el contrario, ha sido un Mundial maravilloso. Nos hemos dado un atracón de partidos y, al menos yo, no he quedado empachado.
Lo uno y lo otro. La guerra de religión entre poderío físico y técnica depurada ha quedado obsoleta. Menotti-Bilardo, Clemente-Guardiola, han simbolizado dos teologías opuestas. Pero en este Mundial se han reconciliado. Entre "lo uno o lo otro" se ha impuesto "lo uno y lo otro". Francia no ha sido la única, pero sí la más redonda demostración de sincretismo. Griezmann-Mbappé, Pogba-Kanté, distintos instrumentistas para una misma partitura.
¿No fue siempre así? Puede que la polarización de estilos pareciera mayor de lo que era por la intensidad de los debates. Porque, en realidad, las grandes orquestas futbolísticas tuvieron siempre virtuosos en los violines pero también en los metales y en la percusión. La historia del campeón lo demuestra. En 1958, mis ídolos franceses de adolescencia (Kopa, Fontaine, Piantoni, Vincent) tenían guardaespaldas de lujo (Jonquet, Marcel, Penverne). A los primeros grandes pequeñitos del fútbol europeo, los creadores del fútbol champagne (Giresse, Tigana, Platini), les sostenía un muro de granito, Luis Fernández. Y al gran Zidane le respaldó la división acorazada Deschamps, Petit, Vieira.
La la Land. Infantino, el presidente de la FIFA, ha dicho que ha sido el mejor Mundial de la historia. Es posible que tenga razón. Deportivamente ha sido fantástico. En algunos campeonatos del pasado se dieron algunos partidos inolvidables. En esta ocasión lo inolvidable ha sido el torneo, con igualdad y emoción en la inmensa mayoría de los encuentros. Y, además, todo ha parecido un cuento de hadas. Estadios llenos, deportividad máxima, gran ambiente y alegría general. La Rusia de Putin parecía La La Land, el musical. Cómo ha logrado emboscar los atropellos contra los derechos humanos y ocultar a sus temibles ultras es un misterio.