Bale se queda sin excusas
Quien lo niegue, miente. Todos, en algún momento, nos hemos sentido frustrados. De hecho, hay quien vive en permanente frustración, tras fabricarse un estado de ilusión y tropezar con la realidad. A un servidor le sucede con los menús de algunos bares (soy más de bares que de restaurantes): accedo al recinto dispuesto a devorar el jugoso solomillo que figura en la pizarra de la entrada, pero el estómago se me encoge al conocer a mi presa, fina, pálida… También con algunas personas, de las que esperar un costoso “buenos días” y, en el mejor de los casos, recibes un gruñido. A Bale le ocurrió en Kiev.
El galés esperaba ser titular en la final de la Champions contra el Liverpool. Confiaba en que sus cuatro partidos seguidos marcando, tras un periodo de depresión futbolística, le abrieran las puertas del once, pero Zidane optó por Isco. Esa privación de titularidad decepcionó a Bale, que en el banquillo comenzó a rumiar sus opciones de futuro, convencido de que no podía continuar así, de que se merece más oportunidades, de que hay vida más allá del Madrid. En el minuto 60 entró al césped y se elevó con dos goles, uno de ellos de leyenda, para darle la Decimotercera al Madrid. Sospecho que el guionista del fútbol es el mismo que inspiró al director de El Show de Truman. Después dijo aquello de que necesita más minutos y que quizás siga en el Madrid o quizás no... La irrupción de la felicidad, tras un gran periodo de frustración, puede empujarte a la venganza.
Las vacaciones y la dimisión de Zidane, parece, han aplacado a Bale, pues el galés consideraba al galo parte responsable de su desencanto. Ahora tiene previsto hablar con Lopetegui para saber cuál es su rol. No quiere más decepciones. Tampoco la afición del Real Madrid. Si, como es una opción más que factible, el de Cardiff continúa en Chamartín, ya no tendrá ningún pretexto para demostrar que puede ser el jugador franquicia que el club ‘vendió’ cuando le fichó. Florentino Pérez le veía como el sucesor de Cristiano y futuro Balón de Oro, le dio privilegios por encima de criterios técnicos (Ancelotti comenzó a firmar su finiquito cuando le hizo suplente en Mestalla), pero Bale, a pesar de marcar goles icónicos para el madridismo, no ha cogido la bandera del Madrid. Y eso ha provocado en la afición un sentimiento muy parecido al desengaño. Es ahora o nunca para Bale. Con 28 años (el lunes cumple 29) ya no es ninguna promesa y el Bernabéu aún le está esperando. Ahora aspira a recoger los galones de Cristiano y será responsabilidad suya (y de su frágil musculatura) ofrecer a la afición un solomillo o un chasco más.