Sucede cuando recibes un golpe inesperado, repentino. En primera instancia, te quedas conmocionado, sin saber muy bien qué ha ocurrido y, sobre todo, por qué. A continuación, intentas, con la mayor dignidad posible, soportar el dolor. En un tiempo apreciable, todo eso quedará atrás. Superado. Apunto a lo cotidiano, no pretendo ahuyentarles con un texto trascendental. Un impacto traicionero en el tobillo con la pata de la cama, por ejemplo; un cajón que te sorprende y se cierra, fulminante, en tus dedos; o la dimisión inesperada de Zidane. La marcha del francés, por imprevista, dejó una sensación de frío y orfandad entre el madridismo. No ha sucedido así con Cristiano Ronaldo, el máximo goleador de toda la historia del Real Madrid. Gratitud, sí. Admiración, también. Lágrimas, pocas, muy pocas.