Celebración de fútbol nítido
Los japoneses perdieron con limpieza el partido ante Bélgica, y con la misma limpieza abandonaron el vestuario, iniciando viaje a Tokio.
Un hombre del equipo, un aficionado, cualquiera que estuviera atento a lo que pasa después de los partidos, iba limpiando mientras tanto lo que sus paisanos japoneses habían dejado en el graderío.
En medio del griterío del triunfo, que fue para los contrarios, en el subsuelo del estadio ruso un grupo de trabajadores que antes habían actuado de uniforme, interpretando una melodía de nitidez y silencio, se dedicaban a limpiar lo más sagrado de un equipo de fútbol: el vestuario.
Esos trabajadores silentes eran los futbolistas de Japón, obreros del fútbol que, como Picasso, además habían distribuido sobre el terreno de juego calidad y rapidez, un patriotismo comedido cuyo objetivo era dejar bien ahí el escudo de su país. El resultado les fue desfavorable, pero su dignidad de dejar limpio el pasado (el vestuario, por ejemplo, el terreno de juego, el graderío) les pudo más que la pereza o la rabia de haber sido vencidos.
No sé qué palabra tienen los japoneses para esa nitidez, para esa pulcritud. Sé que limpio se dice, en esa lengua milenaria, Seiketun na, y que juego limpio se escribe, en caracteres arábigos, Koussi na taido, y de ambos vocablos complejos se hizo la sencilla y contundente aparición mundialista del equipo oriental. Japón es una civilización especial, donde se dan como elementos naturales lo que aquí consideramos extraordinario y no lo es. Que en España sintamos como especial que un equipo de hombres (que son en general más desordenados que cualquier otro animal) deje nítido tanto el terreno de juego como el vestuario en el que se suelen abandonar sus despojos, no significa que sea excepcional la pulcritud nipona. Ni mucho menos.
No, no es excepcional. Tuve un amigo hindú, amigo a su vez de un británico, el escritor John Berger, que me enseñó las veinte maneras que tiene el hombre en su tierra de usar el agua para su higiene. El equipo nipón dejó nítido el estadio ruso porque eso no sólo forma parte de su aprendizaje o de su higiene. Es que así es como se hacen allí las cosas: se juega al fútbol, se intenta ganar, y, pase lo que pase, la celebración no es por haber ganado sino por haber dejado limpio el terreno sobre el que han jugado.
Nosotros tendríamos que ser civilizados como los japoneses, que jamás hubieran recibido a su rey, que lo tienen, envueltos en toallas, sino ya afeitados, dispuestos al vuelo que ha de emprenderse, nítidamente, después de cumplidas las ceremonias de limpieza que aconseja toda derrota.