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España sigue en shock postraumático

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España continúa en estado de shock postraumático, condición adquirida en los turbulentos días previos al comienzo del Mundial. El episodio Lopetegui-Real Madrid no puede interpretarse como un ligero accidente, sin consecuencias en un equipo que no recuerda ni por asomo al que recuperó todo su prestigio en los dos años anteriores. La misma Selección y los mismos jugadores parecen superados por el estrés y la falta de confianza, señales no percibidas hasta el Mundial y concretadas en un devastador régimen de errores.

No había razón alguna para el optimismo después de un caso sin precedentes en la historia del Mundial. La conmoción no sólo ha afectado al equipo. También el entorno parece decaído. España es uno de los países que menos aficionados ha movilizado en el Mundial, con cifras muy por debajo de las que se registraron en los tres últimos Mundiales (Brasil 2014, Sudáfrica 2010 y Alemania 2006). En un tiempo donde el fútbol ha prendido más que nunca en la sociedad y la globalidad ha abaratado los viajes, la débil respuesta de los aficionados españoles también forma parte del triste escenario que se generó en la semana anterior al comienzo de la Copa del Mundo. Nada garantiza que un equipo funcione como la seda en un torneo de esta magnitud, pero rara vez se ha visto un caso parecido al de España en este Mundial. Al fenomenal desempeño del equipo en la fase previa y en sus recientes partidos con Alemania y Argentina, la Selección añadía un grupo de jugadores más que contrastados en la Liga, Europa League (campeón, Atlético de Madrid) y Copa de Europa (campeón, Real Madrid), además de figuras como Silva (Manchester City, campeón de la Premier League) o Thiago (Bayern, campeón de la Bundesliga). Sin embargo, este magnífico elenco de jugadores se ha desplomado en la primera fase. Excepto Isco, que deslumbra en medio de la oscuridad general, no hay un solo jugador que se aproxime a sus registros habituales. De hecho, muchos son irreconocibles.

Se puede asistir a la crisis de uno o dos jugadores. Suele ocurrir en las grandes competiciones, pero no del 90%. Tampoco los suplentes han funcionado. Lucas Vázquez y Asensio, indispensables como reactivadores en el Real Madrid, han entrado en un preocupante anonimato. Thiago no ha aprovechado las abundantes oportunidades que ha recibido. Hasta Carvajal y Jordi Alba, dos optimistas naturales, parecen abatidos. Más sorprendente es el estado de Piqué, Sergio Ramos y Busquets, el triángulo decisivo de la Selección. No es posible dudar de su categoría, pero de repente han perdido fiabilidad y jerarquía.

Un aspecto señala la conmoción que sufre el equipo: la inaudita frecuencia de errores superlativos, desde el fallo de De Gea en el segundo gol portugués hasta la insólita incomunicación entre Iniesta y Sergio Ramos en el primer gol de Marruecos, pasando por la concesión de un mano a mano del marroquí Boutaib con el portero español tras un saque de banda. Son errores de carácter freudiano, de un equipo que tiene el corazón en el campo, y eso le mantiene por los pelos en Rusia, pero tiene la cabeza en otro lado, en el triste territorio que días antes del Mundial invitó a la incertidumbre y la desorientación. Es el durísimo precio que ha pagado España. Sólo el recorrido y cicatrización pueden rescatarla.