A ver quién es el guapo que gana este Mundial
Valoraba Hierro los tres puntos ante Irán recalcando la igualdad que está habiendo en el campeonato. Y, realmente, no es una excusa o una manera de esquivar el debate sobre el juego mostrado por España en Kazán. Las primeras conclusiones que podemos sacar al llegar al ecuador de la fase de grupos se centran todas en la dificultad de las selecciones favoritas e históricas para sacar adelante sus partidos.
La globalización general propia de este siglo ha extendido los conocimientos y estilos futbolísticos por todos los rincones del planeta. El talento, de cualquier tipo, no sólo técnico, es lo único que tiene todavía lugares concretos donde surge con más facilidad y asiduidad. Por tradición sociocultural seguramente. Tenemos la suerte de vivir en uno de esos privilegiados países. Pero todos los demás factores del juego se mejoran con una receta sencilla: trabajo constante y bien hecho. De esta manera, los equipos medianos se han acercado a los grandes y, lo más significativo que nos está demostrando este Mundial, los pequeños ya tienen un nivel suficiente para competir el resultado en partidos donde durante décadas eran humillados.
El cerrojo descarado de los de Queiroz durante el empate a cero se ejecutó con un nivel altísimo, con coberturas y marcajes férreos y una concentración de primer nivel. Tenían varios jugadores rondando o superando el 1,90 de altura, lo que también nos cerraba la puerta a balón parado o centros clásicos de banda. Es muy difícil jugar un partido así, dos no bailan si uno no quiere. Y no nos benefició un árbitro tan poco estricto con la picaresca del rival. Lo que hay que ver, unos iraníes resabiados intentando sacar de quicio a jugadores españoles. Lo dicho, la globalización ha llegado. Vaya por delante que todo planteamiento es lícito, siempre limitado por la aplicación que haga del reglamento el árbitro de turno y por la pericia y paciencia que demuestre el equipo grande para superar el tedioso duelo.
Nos sonrió la fortuna en una de las mejores jugadas del partido, llevada con maestría y determinación por Iniesta y continuada con habilidad de finalizador de Costa. En esas, llegó un rebote de los que ayudan a los equipos campeones. Pero lo más sorprendente fue comprobar que Irán tenía argumentos para un plan B. Nos cogió con el pie cambiado y acrecentó la sensación de que a este equipo le cuesta más que a otras Españas recientes anestesiar al adversario con largas posesiones. Vimos un iraní regatear con un caño a uno de los mejores centrales de la historia del Barcelona y de la Selección, y sacar acto seguido un centro con una calidad de golpeo a la altura de grandes zurdos como Messi o James. Nos crearon verdaderos problemas a balón parado. No hubiera sido descabellado haber encajado el empate en un partido donde La Roja no estuvo mal, sólo espesa. No siempre se puede vivir en la excelencia. Al final, hubo una imagen esperpéntica, la única, que nos hizo recordar el papel exótico que antiguamente jugaban estos equipos sin mucha tradición en el primer nivel. Un intento de saque de banda con voltereta que es de lo más gracioso que he visto jamás en un campo de fútbol, por el momento y por la ejecución. Recordándonos, por ejemplo, la insólita actuación de Zaire en Alemania 74 o la interrupción del jeque kuwaití entrando al césped del José Zorrilla ante Francia en nuestro Mundial.
Ya todo ha cambiado. Irán cuenta con el máximo goleador de la liga holandesa y se permitió el lujo de dejarlo de suplente. Las victorias de Camerún ante Argentina en el 90 o de Senegal ante Francia en el 2002, en sendos partidos debut del torneo contra el vigente campeón, han dejado de ser inesperados tropiezos. La subcampeona hace ocho años y la campeona hace doce, Holanda e Italia, ni siquiera se han clasificado. Alemania se vio sobrepasada por México como pocas veces le ha ocurrido al fiable tetracampeón. Brasil no tuvo creatividad suficiente para doblegar la seriedad suiza y sólo in extremis venció al entusiasmo de Keylor y los suyos. Ver al ‘10’ brasileño llorando por ganar un partido de grupos es otra muestra de que el fútbol está cambiando. Argentina es una caricatura de sí misma, incapaz de ganar a un país con los habitantes de un barrio de Buenos Aires y caer con estrépito ante Croacia, uno de esos equipos medianos con capacidad de ganar a cualquiera. Francia y Uruguay han hecho los deberes sin adornos, centrados en la solidez principalmente. Y la Portugal del pichichi provisional Cristiano Ronaldo eliminó a una atractiva Marruecos sin ser capaces de dar dos pases seguidos en todo el segundo tiempo. Que se ande con cuidado el combinado luso ante Irán. No sería extraña una hazaña de los asiáticos.
Con este panorama, este Mundial es el más incierto que se recuerda a la hora de hacer pronósticos. Más de un aficionado se forrará haciendo apuestas a priori suicidas. Con España, nos tocará sufrir cada segundo como en estos dos partidos. El nuevo campeón del mundo será más campeón del mundo que nunca. Aunque, pese a este salto de calidad de los modestos, no hay que descartar que acabe apareciendo ese intangible que tanto pesa en el fútbol: la Historia. Puede que los grandes se sobrepongan a tanta igualdad y copen las últimas rondas, como siempre. Es un Mundial, lo más grande. Donde es posible que hasta la desahuciada Argentina gane a Nigeria, se clasifique de rebote, sufra una catarsis interna y se vuelva invencible. Que esa película ya la hemos visto varias veces con distintos campeones.
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Carlos Matallanas es periodista, padece ELA y ha escrito este artículo con las pupilas.