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La 'cuestión de fe' del Espanyol

Esgrimen desde el Espanyol, con números en mano, que este “reajuste” era necesario, que el problema no lo tienen ahora sino quienes no “sectorializaron” como era debido el desembarco de socios en Cornellà-El Prat, hace nueve años. Y seguramente razón no les falta, desde el punto de vista meramente técnico (aunque susciten cierta envidia campañas como la del Levante, que regala los abonos en función de la fidelidad). Pero el fútbol necesita de altas dosis de emoción. Y a los pericos se les agotan los estímulos.

La permanencia, ir a Europa, alcanzar dos finales de la Copa del Rey y ganarlas, acariciar la Copa UEFA, salvarse ‘in extremis’, instalarse en Cornellà y crecer, subsistir, revivir y dar el salto con un nuevo y prometedor propietario… Solo en los últimos tres lustros, y más allá, siempre ha contado el socio del Espanyol con algo a lo que aferrarse. Una ilusión. Incluso un clavo ardiendo, por qué no. Pero hoy el horizonte está plagado de nubarrones. La campaña de renovación de abonos, la primera en la que se incrementa el precio después de siete temporadas, ha acabado por desatar una tormenta perfecta entre la masa social, que viene de perder hace solo seis días (¡seis días!) a su ídolo, Gerard Moreno. Y la presentación ni siquiera ha llegado acompañada por un caramelo, ni siquiera por un anzuelo. El golpe en seco. Realismo en vena.

Por no haber, no hay ni nuevo eslogan. Si ya era de dudosa conveniencia retirar la ‘Maravillosa Minoría’ que surgió de una ocurrencia de César García para un reportaje con AS (allá en marzo de 2014), más reparos suscita que el nuevo faro que guíe a los socios, renovados y nuevos (si es que los hay), sea un claim empleado hace una década por el propio Espanyol: “Volem?” (2007) y “Volem!” (2008)… Claro, que ahora va sin signos de interrogación ni exclamación. Suena demasiado a “soy perico porque me da la gana, porque sí”, lo que subraya la falta de argumentos racionales. Ni emocionó en su momento, cuando era novedoso (aunque sí se tradujo en aumento de abonados, más atribuible al desembarco en Cornellà que a la campaña en sí), ni mucho menos ahora.

Como tampoco lo hace el ‘spot’, y no en absoluto por culpa del señor Paulí, entrañable, tierno y que cumple con una de esas máximas del mundo audiovisual (los niños y los mayores siempre funcionan, en ocasiones como recurso fácil), sino porque el mensaje apenas genera empatía o identificación. O, cuando menos, la que genera no llega para compensar el malestar creciente. Solo queda fiarlo todo a que escampe la tormenta, a la fe, pues al fin y al cabo el Espanyol cada vez es más eso: una cuestión de fe. Ya lo escribió el maestro Enric González. A lo mejor por ahí deberían haber ido los tiros.