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Habrá que ayudar a la tecnología

La aplicación del videoarbitraje cambiará poco los resultados. Es posible que decida de manera coyuntural el marcador de algún partido, pero al final de las competiciones acabarán ganando los mismos, porque el triunfo lo deciden las plantillas y las plantillas dependen del poder económico de los equipos. Tampoco creo que el VAR acabe con la paranoia de los perdedores. Que un equipo asesor pueda revisar a cámara lenta si hubo o no fuera de juego, no cierra el camino de las discusiones de bar, ni la indignación de los aficionados que luchan quijotescamente contras las injusticias del mundo. Siempre habrá indecisiones, calendarios, errores pequeños, tarjetas o fantasmas que por fortuna seguirán alimentando la pasión.

El VAR, sin embargo, será un síntoma de que el fútbol está a la altura de los tiempos, es decir, que ayuda a sustituir la experiencia de carne y hueso por las imágenes de la televisión. Aunque los aficionados vayamos al campo, hace años que este deporte se convirtió en un espectáculo televisivo. El fútbol huele más a moviola que a hierba. Los años heroicos del héroe que corría por la voz de la radio, siempre más pegada al terreno que las imágenes precisas de la televisión, fueron sustituidos por los planteamientos de equipo y por la visión colectiva. Los detalles, las faltas y los aciertos, fueron más una repetición que un suceso. Por eso las imágenes se metieron como forma de estudio en los pabellones escolares y en los vestuarios de los equipos de élite. Sin olvidar el negocio de las retransmisiones, ese festín que hace más ricos a los ricos y más modestos a los modestos. Es el mundo de hoy.

Pero el fútbol como fenómeno social encontrará caminos para seguir animando el diálogo terrenal entre la objetividad y la pasión. Y no se trata de que muchos forofos, pese a las imágenes repetidas, sigan negándose a ver el penalti de su equipo o a reconocer la justicia de los éxitos ajenos. Es que la objetividad y la pasión del fútbol no tiene que ver con el frío legal de las sentencias, sino con la memoria más íntima de los seres humanos, su infancia, sus mañanas de barrio o de colegio, su sentido de la justicia, las ilusiones que se rompen o se conquistan en el último minuto, esa parte de inocencia que se escapa de la niñez para acompañarnos a lo largo de la vida.

Esto del VAR es una necesidad más de la tecnología que del fútbol. El mundo tecnológico necesita huir de su invierno perfecto, busca humanizarse para fundar su legitimidad. Primero, le pidió a la poesía que entrase en las redes sociales con sus confesiones íntimas. Y ahora le pide al fútbol que le eche una mano. Los árbitros tecnológicos, culpables e inocentes a la vez, humanizarán una vez más la miseria de las máquinas.