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Grandeza del acróbata tranquilo

Zinedine Zidane es uno de los hombres mejor vestidos del universo del fútbol. Por dentro, es decir, en lo que significa el alma de un ser humano, es también un hombre bien equipado, capaz de guardarse para sí los enfados. A veces explota, como cuando le dio un cabezazo, por cuestiones de honor, a un adversario italiano.

Pero no siempre explota Zidane, guarda bien las formas, sólo se extralimita (respecto a lo que él mismo ha marcado como límites) cuando en el campo observa jugadas que él jamás se hubiera tolerado a sí mismo. El listón está muy alto en su caso, de modo que en el banquillo se le ve muchas veces rematando él mismo los balones que otros han sido incapaces de dominar. Como entrenador, pues, es una extensión de ese futbolista que se hizo en Marsella y ahora es una marca registrada en la historia del fútbol de calidad.

En esos barrios (los futbolistas siguen siendo de barrio, como Lionel Messi, como Cristiano Ronaldo, como Neymar o Pelé, como Maradona, como Fernando Torres, como Higuaín) se hizo el carácter de Zidane para el fútbol y para la vida. Una vez me lo encontré en Tenerife, de golfista en un hotel de lujo. Iba en la trasera de un automóvil de campo, atento al juego y a la gente, mostrando una curiosidad que es la que le hace mirar uno a uno a los que lo entrevistan después de los partidos. A cada uno le responde directamente, lo trata de tú, se le acerca como si le estuviera diciendo a él, o a ella, algo personal e intransferible.

Ese hombre que golpeó en el pecho a Materazzi es un hombre delicado y tranquilo, como un profesor de francés en las colonias, generoso con sus futbolistas (a Keylor Navas se lo quiso quitar de encima el presidente del Madrid: ahora, en la despedida, Keylor se ha declarado devoto de los consejos del míster) y contrario a que la directiva se meta en sus asuntos.

En este último punto ha estado el quid de la cuestión: por qué se fue de pronto Zidane del banquillo del Real Madrid. Surcan las redes todo tipo de especulaciones, algunas de las cuales él mismo ha corroborado a su manera, respetuosamente, sin osar mentarle la madre a nadie, pues eso se acabó con aquel cabezazo y ya nunca más se vio a Zidane tan violentamente él mismo. Lo cierto es que el Madrid le impuso jugadores, y con acrobacias bien medidas se quitó de encima las exigencias, y siguió entrenando, atendiendo a los deseos de los jugadores que ahora, con la excepción de Gareth Bale, lo han colocado en el pedestal de sus historias.

Pero tuvo noticias, parece, de que el equipo directivo estaba a punto de soltar lastre, a su modo, tras la euforia que produjo la nueva Champions de Zidane, la obtenida en Kiev. Y esa nueva intromisión en el diseño de la plantilla ya fue demasiado para este hombre elegante, al que los trajes le caen como si fueran guantes hechos en París.

Y dijo basta. Es un acróbata tranquilo, que se va de los sitios dejando atrás el perfume que, según Cruyff, dejan siempre a su paso los grandes del fútbol.