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El Real Madrid funambulista y el vacío a sus pies

Era una autopista en el pasado agosto, la temporada perfecta para el equipo impecable. Es el alambre ahora, el delgado hilo por donde camina el Real Madrid después de desmentir los pronósticos que le anticipaban la hegemonía en España y en Europa. Perdió tan pronto el paso en la Liga que se explicó desde la pereza que agarró al equipo después de arrasar al Barça en la Supercopa de España y derrotar al Manchester United en la Supercopa de Europa. Tardó un mes y medio en ganar su primer partido en el Bernabéu (empates con el Levante y Valencia, derrota con el Betis), pero nadie se inquietó hasta que la Liga se evaporó en vísperas de la Navidad, aplastado por el mismo Barça que salió aterrorizado de los duelos de agosto. Desde entonces, y más aún desde la eliminación ante el Leganés en el Bernabéu, oficia de funambulista. Sobrevive, está en la final de la Copa de Europa y partirá como favorito, pero en la temible posición de huésped del alambre. Abajo, el vacío.

La única diferencia del Bayern con los anteriores visitantes del Bernabéu fue la multitud de oportunidades que perdió, o que desactivó Keylor Navas, eterno cuestionado en un equipo donde se le debería erigir un pequeño monumento. Son tres años de grandes intervenciones en momentos cumbres para el Real Madrid. Le ocurre un poco como a Benzema: es el portero invisible. Cuando se comporta como un porterazo, que es en la mayoría de las ocasiones, es a beneficio de inventario.

Cuando comete errores, muy pocos en relación a los problemas que habitualmente resuelve, se magnifican urbi et orbe. Desde hace tres años asiste a una situación tragicómica. No es que cada semana se le busque un sustituto, es que los sustitutos se relevan cada semana: De Gea, Courtois, Arrizabalaga, Allison Becker… A la abundante carga de remates que sufre Keylor Navas, añade una presión que para cualquier otro le resultaría insoportable. Por lo visto, Keylor es un hombre de fe y parece que Dios está de su parte. Sigue parando. Al Bayern lo detuvo casi en solitario.

El Madrid salió de la semifinal con un éxito indiscutible (tercera final consecutiva, cuarta en cinco años), pero con las peores sensaciones de los últimos años. Reprodujo todos los errores que cometió contra la Juve y aguantó con graves dificultades a un Bayern con más carácter que juego y con más empuje que recursos. ¿Cómo hablar de un gran Bayern si Müller, Lewandowski y Ribéry pasaron de puntillas por el partido? ¿Cómo hablar de un equipo con un portero como Ulreich? Fuera de Kimmich y James, el Bayern pareció un equipo con personalidad, pero con un cierto aire decadente. Lo más preocupante para el Madrid es que este Bayern fue mejor, y hasta mucho mejor, en la ida y en la vuelta.

Lo que parecía casual (las dificultades del Madrid para ganar en el Bernabéu en el comienzo de la temporada) se ha confirmado como una ley escrita en piedra. No ha ganado en Chamartín a ninguno de los seis primeros de la Liga española. Empató con el Tottenham en la primera ronda de clasificación. Perdió con la Juve en un partido casi trágico. Ha empatado con el Bayern en medio de una tromba de remates alemanes. Salió eliminado de la Copa en el Bernabéu. Demasiados datos para tomarlos a la ligera.

El Real Madrid tiene muy buenos jugadores. No tiene relato. Sobrevive como puede en los últimos tiempos, y eso tiene mucho mérito. Habla de su resistencia al golpazo. Lo evitó frente al París Saint Germain (única victoria de mérito en el Bernabéu) y ahí sigue: bamboleándose en el alambre. Se dice que una victoria en la Copa de Europa tapará todo, dejará bajo la alfombra los problemas que ha expuesto el equipo durante toda la temporada. Hará mal el Madrid y el madridismo en obviar las visibles carencias del equipo por una victoria en Kiev. Algo invita a pensar en una revolución en el Madrid, no la ye yé del pasado verano. Una transformación en serio.