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Don Andrés llora sobre una historia alegre

Desde Kubala y Suárez, el mejor barcelonista. No sólo el mejor futbolista: el mejor barcelonista. Solemne cuando había que serlo, en la explicación de las derrotas, responsable en el triunfo, respetuoso con sus rivales y con el club, hasta el final ha dado ejemplo de quien es uno de los mejores deportistas del mundo en mucho tiempo, al menos desde que el Barça es más que un club.

Su despedida está llena de la afectación natural, no se va sólo un futbolista, alguien que ha hecho del balón y del juego su alegría y su sustento, su profesión y su alma. Le ha dado a la Selección española hechos muy concretos, al espectáculo mismo le ha prestado una inteligencia suave, como de sabio antiguo, y nunca se ha rendido en el campo ni ante los micrófonos, ha explicado en cada momento qué le sucede sin culpar a nadie, ni al club ni a la Prensa, ni a su salud ni a su enfermedad. Dentro y fuera de la cancha ha sido responsable de sus actos y ha sacado a sus compañeros y a sus directivos y a la Prensa misma del ámbito de sus tribulaciones, y sin embargo los ha hecho partícipes de los triunfos que a él se deben.

Su última actuación hasta el momento, la que maravilló del Rey abajo al Wanda Metropolitano, y desató los aplausos también de sus rivales, ha generado en realidad una repetición habitual en las gradas mixtas: nunca, salvo excepciones muy concretas, sus adversarios, en el campo y en el graderío, le han regateado el aplauso que merece no sólo su actuación, que esa se le supone, sino su actitud, cuya caballerosidad deportiva y humana ha trascendido con mucho los parámetros que han de exigirse a cualquier deportista de su magnitud.

Ahora sigue entreabierta la posibilidad de que se vaya a China o se quede en Europa, atendiendo al llamado de su amigo Pep Guardiola, que también ha sido su mentor y su exitoso entrenador en el pasado. Cualquier controversia sobre sus dudas es una intromisión ilegítima en su real gana, tan respetable. Lo queremos cerca; los barcelonistas, claro, lo querríamos en el Barça siempre, como hubiéramos querido siempre a Kubala, y ya se sabe cómo fue despedido aquel gran hombre. No es que las historias tristes vayan siempre a repetirse, pero ya la gran historia de don Andrés Iniesta no tiene tiempo de ser aún mayor entre nosotros, o al menos eso piensa.

Blas de Otero, el poeta, tiene este verso de otras épocas prochinas: “Me fui a China/ a orientarme un poco”. Quién sabe. Hace una semana el Rey le susurró algo al oído en el Wanda. Tuve la oportunidad de preguntarle qué le había dicho, en la entrega del Premio Cervantes, el lunes: “Le expresé un deseo”. Creo que cualquier español, del Rey abajo, ahora le expresaría el deseo que adivinamos en labios del Rey. Pero ya el deseo de Iniesta se ha cumplido. Compartamos sus lágrimas sobre tan bella historia.