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Rock and roll en Anfield

Hace casi 50 años, el Liverpool comenzó a inscribir su huella en la Copa de Europa, donde su condición de grande futbolístico no se discute, a pesar de su sequía en la Premier League, competición que no ha ganado nunca. Ganó su última Liga inglesa en 1990, después de una larga supremacía que apenas había sido contestada por el Everton de Howard Kendall y el Arsenal de George Graham. Del Manchester United no había noticias desde 1967–campeón de Liga– y 1968–campeón de Liga. ¿Puede un club mantener su carácter jerárquico en Europa sin ganar el campeonato nacional durante los últimos 28 años? En el caso del Liverpool, sí. Le ayuda la historia y una mística futbolera que ha cuidado como pocos.

Su victoria sobre el Milán en la final de 2005, donde el equipo italiano obtuvo tres goles de ventaja en el primer tiempo y una distancia futbolística sideral, se interpretó como un milagro, pero también como la evidencia de su tremendo vínculo con la realeza del fútbol. En una historia definida en partes iguales por el éxito y la tragedia –Heysel y Hillsborough–, el Liverpool siempre ha figurado como un actor principal en el imaginario del fútbol.

Su exhibición frente al Roma, un partido inolvidable en un torneo que ha dejado momentos memorables –la chilena de Cristiano Ronaldo, la sorprendente remontada de Roma, el penalti de última hora en el Real Madrid-Juve, la incandescente respuesta de Buffon–, le devuelve todo el fulgor que entusiasmó a un par de generaciones. Aquel Liverpool primerizo de Bill Shankly, el mítico entrenador que nunca consiguió ganar la Copa de Europa, se añadió a la marea de energía y creatividad que impregnó al pop en la cuenca del Mersey en los años 60. Desde entonces, el club ha vivido décadas de una intensidad difícilmente comparable, para lo bueno y lo malo. Ahora se antojan tiempos felices.

El último Liverpool, el de Jurgen Klopp, respeta la historia de un equipo que siempre destacó por su energía, solidaridad y recursos futbolísticos. Durante casi tres décadas, el Liverpool fue una rareza en el fútbol inglés. Su passing game estaba más relacionado con la escuela del Ajax que con el primario kick and rush (patear y correr) que predominaba en Inglaterra. Sin embargo, aquel equipo atento a la posesión de la pelota, del gobierno de los partidos, también destacaba por la típica pasión de los equipos británicos, característica que Jurgen Klopp ha acentuado hasta convertir al Liverpool en una bestia.

Anfield, que conoce unas cuantas cosas de música y fútbol, se ha entregado a la propuesta de este Liverpool feroz que quita y ataca con una electricidad incontenible, que mezcla inteligencia y emoción, que no especula, que quiere todo aquí y ahora. El Liverpool de Klopp no es un equipo pop, no es elegante y divertido. El Liverpool es rock and roll: urgente, carismático y amenazador. A su gente, le gusta. Al mundo, también. Es una propuesta que le viene de maravilla al fútbol, como le viene de maravilla la propuesta de Pep Guardiola en el Manchester City, a 50 kilómetros de Liverpool.

City y Liverpool son equipos que no especulan, que llegan al gol con frecuencia, que festejan y no reprimen a sus mejores jugadores, que entienden el fútbol como un mundo para disfrutar y no matar a la gente de aburrimiento. Lo mejor del caso es que en términos musicales abanderan causas muy diferentes. El Liverpool es Elvis en estado salvaje. El City representa la insuperable sutileza de los Beatles. Y los dos equipos suenan como los ángeles.