Aun vestida así nos sabe a gloria
Esperaba ver a España de azul y rojo y a Argentina de blanco y celeste, pero a unos los vi de un azul claro que parece blanco y a otros de negro. La dictadura de las marcas nos da la vuelta al fútbol como a un calcetín. Esperaba ver a Messi y vi a Biglia, que no es lo mismo, y a Banega haciendo de Messi, que tampoco lo es. Y esperaba ver a una Argentina fiel a sí misma, a ese carácter que en ella es PIB y que le permite ser competitiva por más empinada que sea la cuesta. Pero no, al menor soplido la casa de los tres cerditos se vino abajo.
Era un amistoso trampa, con el Mundial a sólo dos meses vista. De nada sirvió que Sampaoli borrara la pizarra con su carrusel de cambios en un intento de disipar el 4-1 que dolía lo suyo. Más lo hizo el 6-1, un set que en Argentina sólo debiera sonar a Del Potro. ¿España? Ahí no hubo trampantojo. Fue lo que parece. Incluso vestida así nos sabe a gloria.