"¡Ahora, ahora, ahora Quini, ahora...!
Muchas vueltas ha dado uno, pero nada resuena en mis oídos como aquel grito bravo, cuando el Sporting atacaba bajo el viento y la lluvia, el rival se refugiaba bajo el paraguas de su área y El Molinón cantaba: “¡Ahora, ahora, ahora Quini, ahora...!”. El grito bravío, de fútbol del Norte, auguraba el gol de Quini, que acudía devoto al cumplimiento de esa esperanza. Un amigo me contaba el vuelco de un partido ante la Real, la gran Real de esos años, producido por dos goles ‘in extremis’ de Quini. La Real de Arconada, no hablo de cualquier cosa. El trueno de El Molinón de aquel día y muchos otros resonará aún en las memorias de tantos como lo gritaron y disfrutaron.
“¡Ahora, ahora, ahora Quini, ahora...! El trueno aún retumbará en los oídos de García Remón, Arconada y otros que se enfrentaron a aquello. Punta de ataque y fuerza de fe de aquel Sporting, Quini representó algo singular. Le conocimos aún en Segunda. Su primer Sporting representó, por su irrenunciable fútbol de ataque, una ruptura en tiempos en que vivíamos una italianizante epidemia defensiva. La delantera del ascenso del 70 (Herrero, Quini, Marañón, Valdés y Churruca, con Paquito y Lavandera de repuestos, a las órdenes de Carriega) fue noticia nacional. Por ellos se televisó por primera vez fútbol de Segunda. Aquel Sporting de Quini lo merecía.
Gran parte de Gijón pasó por la capilla ardiente. No se trataba sólo de honrar a un gran jugador, que está claro que lo fue. Fue algo más. Fue un ejemplo de esfuerzo y bonhomía, un recital de cómo se debe ir por la vida, ya fuese jugador del Sporting, del Barça o de la Selección. Un currante decente y solidario en el campo o fuera de él. Un conversador lúcido en la tertulia con pretensiones o en el chigre. Un feliz paseante por Gijón, la ciudad que escogió, una vez que dejó el fútbol, para el resto de sus días. Las calles de Gijón le echarán de menos. Han perdido mucho. Pero les queda la satisfacción de presumir para siempre de que Quini se hizo carne de sus calles.