El amigo imprescindible
El veterano. El otro veterano fue Iniesta, claro, que agarró una pelota que se le escapó al Chelsea en la zona tonta de la vida del área, la agarró como si estuviera acariciando un pájaro y se la pasó a Messi como un regalo prometido hace una década. Esta vez ganaba el Chelsea y el Barcelona jugaba como si tuviera plomo en las alas, sin acierto ni concierto, sólo dominando, de manera estéril, sobre un área de la que sobresalía Courtois, de los mejores porteros del mundo.
Hormigón y azar. Esa defensa que parecía hecha por un especialista en hormigón armado tuvo el despiste por el que sólo pueden colarse pájaros diminutos. Iniesta fue tan veloz en la apropiación de la pelota indebida que el Chelsea sólo pudo resignarse a la labor de espectador. Que Messi marcara el gol fue un regalo de un dios esperado, el amigo Iniesta. Para los aficionados al Barça que vivimos el partido con el corazón despedazado por tanta indecisión ese gol parecía resucitar el momento Iniesta en Stamford Bridge.
Nombres propios. Daba cierto repelús el partido; como si uno lo viera en una pecera de tiempo. De pronto aparecían en un lado equivocado del campo Pedro (antes Pedrito) y Cesc Fàbregas, y después Morata y Marcos Alonso. El Barça jugaba contra tres equipos, el Chelsea llamado Barça, el Chelsea llamado Real Madrid. Y el tercer Chelsea era el Chelsea propiamente dicho. El conjunto londinense es un equipo diabólico, acostumbrado a no tener el balón, pero disponible para agarrarlo y hacer con él un cinturón de balas administradas por un jugador excepcional, Willian, capaz de cualquier cosa, hasta de jugar con el cuchillo en la boca. Ter Stegen lo temió, como lo temimos en la grada de casa, y al final se tuvo que rendir a la eficacia de su hábil pie brasileño, que burló como quien entra en mantequilla derretida a una valla despistada. Ese gol parecía el anuncio de una debacle.
Dominación absoluta. Pudo haber ganado cualquiera, pero el conjunto inglés fue más abundante en la zona de peligro, tuvo más presencia. El Barça dominó casi siempre, aunque de manera estéril. Al final resolvió el enigma la oportunidad de tener al mejor amigo a mano. Iniesta y Messi se entienden hasta de espaldas. Por ahí vino el empate, y la esperanza de que los cuartos de final empiezan a otearse en el horizonte.