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Del Chelsea no hay que fiarse nunca

Como el proceso (el de mejorar, el de aprender de los errores, el de tener paciencia) está por suerte de moda más que nunca (aunque menos de lo que debería estar) en Inglaterra se ríen a menudo del Chelsea por no responder al tipo de club que respeta al entrenador. Por ignorar el proceso. Y mientras tanto gana. Champions, ligas, copas. Y crea un estilo, una filosofía que consiste en ganar. Y seguir ganando. Y cuando no gana, cambia de líder. Aunque curiosamente las victorias no han llegado como le hubiera gustado a Roman Abramovic. Les cuento cómo y cuándo decidió comprar un club (o así me lo contó): invitado por el United, fue a ver un Manchester-Real Madrid en Old Trafford, con Ronaldo de nueve y Beckham, con la ceja rota, en el banquillo. Venía de un largo viaje de avión. Cansado, llegó justo al partido. Sus guardaespaldas le apartaron los aficionados que olían a sudor y cerveza. Las entradas estaban a nombre de otro (que, supuso Roman, debió quedarse fuera).

Le dieron un plato grande con poca comida para recuperar la fuerza. Se sentó. Sin ganas. Y empezó el espectáculo. Y vaya espectáculo. Llegaron los goles, primero el de Ronaldo. Y Roman se levantó a aplaudir. “No, no, ha marcado el equipo rival, mejor ser discreto”, le dijeron. El brasileño marcó un hat trick, Beckham hizo uno de falta, dos en total. Se le salían los ojos como presenció Rio Ferdinand y Pini Zahavi que le llevaron al aeropuerto. Al día siguiente pidió que le compraran un club. Aunque le quede el sueño frustrado de fichar a Guardiola, ha ganado. Y mucho. De equipos así no hay que fiarse nunca.

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