¿Azafatas sí o azafatas no?

Los deportes del motor andan inmersos estos días en un debate que ya afrontó hace justo un año el ciclismo, una disciplina igualmente muy vinculada a la publicidad. La primera carrera de la temporada 2017, el Tour Down Under, en Australia, suprimió a las azafatas de los podios. Aquello obligó al resto de organizadores a pronunciarse. Y lo hicieron. Hubo decisiones para todos los gustos: quitar a las azafatas, crear equipos mixtos con hombres, mantenerlas con uniformes más decorosos, eliminar los besos, dejar el protocolo en manos de la institución local… La Fórmula 1, en las nuevas políticas de Liberty Media, anunció esta semana que excluirá a esa figura de sus competiciones. La reacción del Mundial de MotoGP no ha tardado en llegar y Carmelo Ezpeleta ha confirmado a las modelos en el paddock.

Igual que me sorprendió gratamente la F1, no me ha causado asombro la respuesta de las motos. Son deportes emparentados, pero con mucho público diferente. Un argumento es que peligra el trabajo del colectivo de azafatas. Si ese fuera el problema real, sería tan sencillo como reciclarlas. La Vuelta a España las conservó en 2017, pero cambió el concepto: las llamó asistentes de protocolo, las vistió con dignidad, incorporó un chico y quitó los besos de la ceremonia. El debate hay que tomarlo sin crispación, pero acorde a los tiempos. En la Transición, el destape simbolizaba el progresismo. Hasta Marisol se desnudó en Interviú. Hoy no es así. La pregunta que deben hacerse los organizadores no es sobre el derecho o la legalidad de ese empleo, sino qué imagen quieren dar de la mujer y si la mujer merece esa imagen.