La sangre vuelve a salpicar al fútbol
Un bárbaro, un multirreincidente con años de cárcel en su pasado, apuñala a un chaval en un bar, muy cerca del Wanda Metropolitano. Ninguno de los dos es socio del Atlético (el primero lo fue, pero le expulsaron, el segundo no lo ha sido nunca). Ninguno de los dos tenía entrada para el partido, ni pensaban entrar. Si acaso, pensaban verlo en la tele del bar. La agresión no se desprende de una discusión provocada por el partido, que ni había empezado. ¿Es violencia en el fútbol? No lo es, pero le roza cerca, le salpica, y tiene al Atlético desolado, porque redunda en precedentes siniestros, los que costaron la vida a Zabaleta y ‘Jimmy’.
Lo de ‘Jimmy’ creó un antes y un después. Dos bandas, Riazor Blues y Frente Atlético, se citaron para una pelea en la mañana del partido. El final horrible fue aquella muerte, tras la que se creó una especie de ‘espíritu de Ermua’ que llevó a un, digamos, desarme ‘casi’ general. Ahora las peñas de animación deben registrarse, entrar con huella dactilar y DNI, los que tienen mala conducta son expulsados, los cánticos desagradables son multados, nadie puede comprar entrada para ver a su equipo fuera si no es socio, a fin de que los indeseables que no pueden entrar en el campo propio no se reagrupen para dar bronca en los desplazamientos...
En general ha funcionado, pero se precisa una presión continua y no todo el mundo responde igual. El Depor, agarrado al recuerdo de ‘Jimmy’, arrastró los pies, pero ya va mejor. En el Sevilla, la dualidad Castro-Del Nido resta unidad y permite que los Biris sigan crecidos; hasta se han permitido la machada de ir al entrenamiento a pedir explicaciones. En Cornellà hay gritos inaceptables cada vez que va el Barça, y ahora hasta lanzamientos. Esto del ‘Bar Rifle’ no ha sido violencia ultra, o sí, si se trata, como algunos indagan, de algún ajuste de cuentas en torno a la reapertura del caso ‘Jimmy’. Pero en todo caso nos recuerda que hay que estar alerta.