El Dakar ningunea a Sainz
En la última rueda de prensa que Carlos Sainz ofreció en Madrid antes de partir hacia Suramérica, le pregunté si había llegado a plantearse que ser español en un equipo como Peugeot podía llegar a afectar a sus aspiraciones de victoria en el Dakar. El madrileño fue tajante al negarlo y su argumentación me resultó convincente, así que me quedé bastante tranquilo al respecto. Pues parece que me equivoqué de diana aunque el disparo no estaba mal tirado: están siendo otros franceses, la propia organización, los que quedan en entredicho con su decisión de sancionar a un piloto que se está jugando tanto en una carrera en la que cada minuto vale su peso en oro. Es, sencillamente, tan vergonzoso como incomprensible, además de crear un precedente peligrosísimo para la competición y del que posiblemente lleguen a arrepentirse por muchos motivos.
Para empezar, poner en duda la deportividad de una auténtica leyenda del automovilismo como Sainz resulta inaceptable. Todos sabemos de su carácter de ganador y de la ambición que le imprime, pero siquiera insinuar que sea capaz de negarle el auxilio a otro competidor me parece un insulto al más puro sentido común, sin mencionar al propio piloto. En el supuesto de que lo ocurrido hubiera sido cierto, sin duda alguna que no existiría intencionalidad alguna de Carlos, sería un incidente propio de una carrera tan compleja y particular. No sólo esto es grave, que ya lo es… Por si fuera poco, conceden veracidad a la simple declaración de otro piloto, desprovista de cualquier consistencia y sin prueba sostenible alguna. Se abre con ello la veda a que el Dakar se convierta en un nido de falsedades y acusaciones, el escenario de una gran ficción teatral de cientos de kilómetros de extensión en cada jornada. Confieso que estaba convencido de que algo así no iba a pasar y que Sainz pierda un solo segundo de tiempo por semejante patraña se me antoja inconcebible.