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La traca final de la Vuelta

Escribo esta columna en Estepona, donde se ha anunciado el recorrido de la Vuelta a España 2018. Uno de los cambios aportados por Javier Guillén a la carrera fue trasladar esta presentación al lugar de salida. La cosa comenzó en Sevilla en 2010, en una edición que también trajo el rojo para el maillot de líder, otro distintivo. Cada toque diferencial es un toque de personalidad. Un sello propio. Siempre con un despliegue de cariño para las localidades integrantes, y siempre con alicientes para el aficionado. El producto sólo se vende con espectáculo, y se vende principalmente en televisión. El trazado de 2018 repite las señas de identidad de la Vuelta: nueve finales en alto, nueve metas inéditas (tres en subida), guiños a la tradición (Lagos), kilometrajes cortos, mucha montaña (46 puertos), poca contrarreloj (41 km), pocos sprints (quizá seis) y una traca final.

El recorrido se convierte en la estrella de la Vuelta, por si acaso luego la participación no acompaña… Aunque también suele acompañar. Si tengo que señalar una etapa de esta edición es la íntegra en Andorra, dura y explosiva, con seis puertos concentrados en 105 kilómetros. La jornada está inspirada en aquella que se celebró en 2015 con victoria de Mikel Landa. Apunten el nombre. Ahora se ha colocado estratégicamente el penúltimo día, como se hizo el año pasado con el Angliru o el anterior con Aitana. Otro sello oficial. Quizá me sobra el final en alto en la etapa previa de La Rabassa. En general prefiero la combinación de otras alternativas, más variantes, con montañas que no sólo se suben, también se bajan. Cada aficionado tiene una Vuelta en su cabeza. Pero el modelo de Guillén ha funcionado, así que renovaremos el voto.