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La Pantera vuelve a su hábitat

No hay que olvidar de dónde se viene. Diego Costa llegó muy joven al Atlético, como una apuesta por una promesa más que, aquella pretemporada de 2007, con 18 años, aún tenía todo por demostrar. Para empezar, si valía para Primera División. Las dos cesiones a Albacete y Celta, en Segunda, y el traspaso al Valladolid en Primera, con opción de recompra hecha efectiva en 2010, forjaron el primer salto de calidad para, al menos, tener un hueco en la plantilla rojiblanca.

Como suplentísimo de Forlán y Agüero, el exigente Calderón cambió el escepticismo inicial hacia un delantero a primera vista torpón, por la mirada confiada. Sobre todo, una tarde ante el Zaragoza donde estrenó titularidad ante la afición atlética marcando el único gol del partido. Por cierto, a pase de otro recién llegado, Filipe Luis. Meses después, con un hat-trick en El Sadar, mostró los primeros destellos de lo que podía llegar a ser.

Pero lo cierto es que, con 22 años, Costa todavía era solamente un delantero correcto, con cualidades nada especiales a priori. Tanto es así que, tras romperse el ligamento cruzado en el verano de 2011, el club no le inscribió. Y cuando recibió el alta, ya con Simeone recién llegado al banquillo, Diego fue cedido en invierno al Rayo Vallecano. Ese medio año de franjirrojo mostró, potenciado por primera vez para el gran público, el carácter indomable que le acabaría convirtiendo en referencia mundial.

Porque el de Lagarto tiene su tesoro en la actitud con que enfoca cualquier partido de fútbol. Así, repescado en 2012, fue poco a poco ganándole el puesto a Adrián, que partía como compañero de Falcao y uno de los favoritos del Cholo. El delantero hispano-brasileño comenzó a tener actuaciones importantes que auguraban que algo especial estaba por llegar. Pero nadie, en el verano de 2013, recién vendido Falcao, imaginó lo que estaba a punto de ocurrir.

A toro pasado, asumimos con naturalidad los hechos consumados. Y ahora que sabemos que Diego Costa es una estrella mundial, cuesta recordar que fue la temporada en la que ya cumplía 25 años cuando se convirtió en líder del ataque atlético, algo que Torres o Agüero ya eran con 19. Pero no se quedó ahí, Costa revolucionó el fútbol español, llevando al Atlético al título de Liga y jugando un Mundial como titular de La Roja. Una trayectoria peculiar para un jugador diferente, y donde la relación de paciente maduración que tuvo el club rojiblanco hacia él es muy poco habitual en el fútbol moderno. Y más con un atacante.

En Londres ha confirmado que es uno de los mejores ‘9’ del mundo. Nos falta perspectiva para saber si Gerard Albadalejo, técnico del Lleida, exageraba al catalogarlo la semana pasada como uno de los mejores de la historia. Lo que está claro es que, dos años más tarde que Filipe Luis, Diego Costa sintió que su casa es el Atlético de Madrid, cerca de Simeone. En un fútbol cada vez más acusado de regirse por la frialdad del mercado y el dinero, hay que fijarse muy bien en detalles como la vuelta de Costa, con cuatro meses entrenando sin competir incluidos. La Pantera ha vuelto a su hábitat. Y por eso no es extraño que lo haya hecho como si nunca se hubiera ido. Si Iniesta es un intérprete de orquesta sinfónica o Cristiano tiene la estampa y osadía de una estrella de hip-hop, Diego Costa es puro rock and roll. Seguramente tendrá que pedir perdón varias veces próximamente cuando su agresividad sobrepase la raya y se torne en violencia. No es de extrañar que tenga detractores, pero es innegable que su forma de entender el fútbol emociona a sus seguidores. Y es lo que le convierte en único, ha nacido para incordiar.

Ahora, con 29 años, el delantero afronta una etapa más prometedora que nunca. Da más miedo a los rivales que antes, su equipo cree en él más que antes, y sus galopadas, porfías y remates enamoran a la afición colchonera más que antes. La plantilla se ha contagiado de su vitalidad, todos quieren jugar junto a él y el conjunto de Simeone ha olvidado la eliminación de Champions en busca de volver a ganar algún título importante.

En año de Mundial, Diego Costa lo tiene todo a favor para dar un último salto de calidad definitivo. Todo basado constantemente en que, como dice la canción, prefiere cantar rock and roll donde conviene estar callado. La clave no es ser ejemplar sin equivocarte nunca, sino vivir y actuar con honestidad para ser respetado a pesar de tus errores.

Raro es que alguien hable mal del Costa compañero de profesión. Y todos los profesionales lo quieren en su equipo. Por algo será.

Carlos Matallanas es periodista, padece ELA y ha escrito este artículo con las pupilas.