Iniesta gobierna el Bernabéu
El Barça dispone de Iniesta, que gobierna otra vez en el Bernabéu. Lo dijo Antonio Romero, que no sólo narra sino que titula en Carrusel. Ese gobierno del capitán, cuando se produce, rompe a cualquiera. Y al Madrid lo rompió.
Dos buenos rivales. Un partido de impresionante velocidad madridista y de resignación azulgrana, hasta que Paulinho tomó el mando de las reacciones barcelonistas. El Madrid mostró su nueva cara, que es antigua: la pasión por ganar. Esa fue la tónica de la primera parte. En el segundo tiempo hubo un alejamiento de esa pasión. No pudo equilibrarse el partido, porque Messi tenía la rabia de ganar, recuperada en la segunda parte. Y a Cristiano Ronaldo esas ganas que quiso decisivas en la primera parte se le esfumaron, como si convirtiera la impotencia en un estado de ánimo. Fueron dos buenos rivales que se repartieron la calidad y el entusiasmo, y estuvo el Barça más en su sitio. El Madrid se descentró.
La defensa recuperada. Hubo un tiempo en que el Barça era el equipo más inseguro en defensa. Valverde ha convertido a Ter Stegen en un portero responsable y ha hecho de Piqué un defensa consciente de que cualquier filigrana es un boquete. Sin Umtiti, pero con Alba, esa defensa es el arquitrabe del Barcelona. La avalancha con el que el Madrid inició el partido sólo podía dominarse con la serenidad que ahora le da Piqué a los duelos que se le presentan. Y este con Cristiano lo salvó con sobresaliente. Y como Messi le ganó el combate al débil Kovacic, el desequilibrio se hizo patente demasiado pronto. Por ahí entró el Madrid en un periodo de inseguridad que lo acercó a lo peor de su reciente historia. Símbolo de esa rotura en la retaguardia fue el boquete que se le abrió a Rakitic para centrar a Sergi Roberto el balón que finalmente convirtió Luis Suárez en una celebración entusiasta. Flaqui que, como Romero, fabrica titulares en Carrusel, dijo que le habían hecho el pasillo. Y así fue. A partir de ahí el partido se rompió, igual que se rompió el corazón del Madrid.
Los abrazos. Ter Stegen y Keylor Navas se buscaron antes de comenzar el partido, a la salida de los vestuarios, para abrazarse. Zidane y Valverde se saludaron con tanto afecto que parecía que ambos iban a entrar en un examen final y ninguno de los dos le deseaba el suspenso al otro. Carvajal, Iniesta y Modric se dedicaron piropos sinceros después de encontronazos graves o menos graves. El árbitro fue rápido en interrumpir raspaduras. Y se desvaneció así ese carácter bronco que acompañan a estos partidos desde el graderío. Todo eso que vimos, los abrazos, sobre todo, fue una forma de pasillo. Con equipos así, tan buenos rivales, da gusto que el fútbol sea, además de un juego, una competición.
El juego y el acierto. Dos rivales con prisa distinta: al Madrid le convenía la agresión directa, el disparo; y al Barça le venía bien el pase, el juego de aproximación lenta, y desde que empezó el partido el Madrid mostró aquellas cartas, y al Barça le costó practicar su libro de estilo. Hasta que Paulinho entró en juego y estuvo a punto, por dos veces, de culminar lo que hubiera sido, tal como jugaba el Madrid, una ducha fría en el Bernabéu. Esas amenazas, que equilibraron la tensión del partido, hicieron que el Madrid se dispusiera a atinar, y la mejor acción de Paulinho fue replicada por Benzema. La grada había sido cruel con el francés; un segundo más tarde de su bronca, el jugador estuvo a punto de desequilibrar el marcador. Después se le abrió el boquete a Rakitic y al Madrid le regresó la palidez al rostro, a merced del gobierno de Iniesta.
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