El Madrid sacó bandera blanca en esta Liga, aunque ahora pasará aburridamente seis meses sin firmar el acta de conformidad. Media hora de desplome le despidió del campeonato en un partido que le dejó dos datos preocupantes: el Barça ni siquiera necesitó a Messi y Keylor, con Kepa en la sala de espera, evitó con su heroismo una paliza mayor. Fue un Clásico que dejó tocado a Zidane, por sobredimensionar a Messi, y a Benzema, que lleva demasiado tiempo en números rojos.
En la larguísima y cambiante secuencia Guardiola-Mourinho-Vilanova-Ancelotti-Luis Enrique-Benítez-Zidane-Valverde, Madrid y Barça han acabado por ser lo mismo: dos 4-4-2 de manual, con laterales largos, un centrocampista escoba, dos creadores, un llegador y dos puntas. Más con la inclusión de Kovacic por Isco, en cierto modo y sin Pepe, una mourinhada de Zidane para reducir el siempre brutal impacto de Messi. El primer trabajo del partido del croata, sin embargo, fue cerrarle a Busquets, para ensuciar la salida de pelota del Barça. Luego derivó en el centinela del argentino que ya fue en la Supercopa. Esta vez no salió un plan del que se hablará.
La hora del vermú, en cualquier caso, le quitó al partido las lentejuelas que merecía. El Madrid explicó bien de salida su estado de necesidad, llevando la presión hasta el jardín de Ter Stegen, y horriblemente después, cuando se deshizo al primer golpe. Porque fueron gemelos los dibujos y diferentes las intenciones. El Madrid quiso quitarle al Barça el juego en corto buscándole muy arriba y obligándole a sacarse la pelota de encima sin criterio y el Barça quiso quitarle al Madrid el ritmo bajándole las revoluciones al partido. El tiempo le dio la razón a Valverde.
El equipo de Zidane pareció un punto por encima siempre en la primera mitad, pero el escenario lo puso el Barça: hubo más juego erosivo que ocasiones, más encontronazos que peligro. Y un jugador por encima de todos, Modric, ese líder silencioso que separa al Madrid del resto. De él fue esa primera mitad sin aditivos en que las oportunidades fueron entre escasas y repartidas: a Paulinho, que ha pasado de objeto de bromas a objeto de culto, le sacó dos Keylor, una de ellas con gran mérito, y al Barça le salvaron Ter Stegen, en remate cruzado de Cristiano, y el palo, en cabezazo de Benzema. Y también anduvo Messi en su versión subterránea, aunque con un pase de gol para Paulinho inigualable. Antes del descanso, a Sánchez Martínez se le fue un penalti de Carvajal a Piqué.
La segunda mitad fue otra cosa. El Madrid olvidó la presión y ofreció el salvoconducto para el juego de pase del Barça. Perdió la iniciativa, la pelota y los papeles. Hubo respuesta inmediata en el marcador, en secuencia estupenda Busquets-Rakitic-Sergi Roberto-Suárez con el Madrid hecho unos zorros atrás. Kovacic, obsesionado con Messi, vigiló al argentino y se desentendió de la jugada. El Madrid fue a partir de ahí una catarata de errores, uno de los cuales debió costarle la roja por manotazo a Suárez y otro le costó el penalti del 0-2, por mano escandalosa de Carvajal que le supuso la expulsión.
Zidane fue encandenando cambios a la desesperada. Uno de ellos se llevó por delante a Benzema, despedido con una bronca de época. Asensio y Bale llegaron con la devastación consumada. Para Isco ya no hubo sitio. Sonó entonces la heroica, banda sonora de la historia del Madrid, y sufrió el Barça, también porque Valverde se apiadó retirando a Iniesta. Ter Stegen sofocó el arranque y Aleix Vidal echó el cierre de una Liga que se le hará eterna al Madrid.